Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XXVII domingo del T. O. – C – (05/10/2025)
En el Evangelio según san Lucas que hoy hemos escuchado (Lc 17, 5-10), Jesús volvió a hablar con sus apóstoles. Les había invitado a practicar un perdón sin límites y a renunciar a todo lo que se ama por seguirle; no sorprende, pues, la petición que le hacen, abrumados por unas exigencias tan radicales. Caminando hacia la cafetería he pensado que yo tendría que hacerle la misma petición y en cuanto lo he visto le he dicho: ¡auméntame la fe! Jesús ha sonreído y me ha dicho:
– Parece que vas aprendiendo la lección: «si tuvieras fe como un granito de mostaza…»
– No estaría mal que, con sólo decirlo, un sicómoro negro de los que han soportado durante seiscientos años las inclemencias del tiempo se trasplantase en el mar, ¡Menuda sorpresa se iba a llevar la gente! -he respondido-. Aunque supongo que hablabas metafóricamente.
– En efecto -ha reaccionado-. La fe no sirve para que sorprendáis a vuestros amigos con juegos malabares, sino para que tengáis la fuerza interior necesaria para perdonar “hasta setenta veces siete” y para “servir a Dios antes que al dinero”. Cuando mis apóstoles pidieron que les aumentase la fe, no pedían más cantidad, pues la fe no es un bien mensurable, sino mayor decisión para hacer el bien y para confiar en el Padre, dos cosas más necesarias que trasplantar al mar una morera…
– Y tengo la impresión de que, a juzgar por la parábola del comportamiento del labrador con su criado, también pedían humildad para reconocer su propia inutilidad. Por cierto, que aquel labrador me ha parecido muy desconsiderado con su criado. Supongo que Padre no es así…
– No es así -ha respondido después de tomar un sorbo de café-. Esa parábola no ofrece un retrato de Dios, sino de la actitud que debéis tener para con Dios. Los doctores de la Ley y los fariseos concebían la relación entre Dios y vosotros como una relación contractual: yo te doy para que tú me des. Si cumplo la Ley, entonces Dios debe recompensarme. Con la parábola quise decir que Dios no os debe nada, pues todo lo que tenéis, hasta el existir, es un regalo.
– Ese modo de pensar de los fariseos es el normal. Recuerdo que, según el Evangelio de san Mateo, también los apóstoles quisieron hacer valer sus derechos. En una ocasión, Pedro te preguntó: «Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido, entonces ¿qué recibiremos?» -he dicho con mi taza de café en la mano-.
– Por eso quise decir con claridad que la nueva alianza, sellada con mi sangre, es una alianza de gratuidad y de perdón -me ha respondido-. Nada mejor que la parábola del labrador y su criado para explicarlo. Cierto que las relaciones del labrador con su criado resultan irritantes, pero eran las normales en aquel tiempo. El labrador tenía derecho a beneficiarse de toda la capacidad de trabajo de su criado y éste tenía que hacer lo que se le mandase. Con esa parábola no quise pronunciarme sobre aquella situación social, sino subrayar que vuestra mejor recompensa es haber sido llamados a trabajar en la viña del Señor. Por eso la concluí invitándoos a decir: «Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer».
He guardado silencio rumiando sus palabras y por fin he dicho:
– Tu apóstol Pablo, en su primera carta a los cristianos de Corinto, escribió: «De ninguno de esos derechos he hecho uso. Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí, si no predicara el Evangelio! Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Entregarlo gratuitamente» (1 Cor 9, 15-18). Pablo sí que entendió tu parábola.
— Por eso, junto con Pedro, es una de las columnas que sustentan mi Iglesia.