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La mies es abundante

Pedro Escartín
6 de julio de 2025

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XIV Domingo del t. o. – C – (06/07/2025)

Con el evangelio de este domingo (Lc 10, 1-12. 17-20), volvemos a retomar la actividad misionera de Jesús por los pueblos y aldeas de Galilea. Ya ha reunido junto a él a un grupo de discípulos y hoy los envía a anunciar que el reino de Dios ha llegado, dándoles algunas instrucciones que les ayuden a cumplir con su misión. Alguna de ellas no ha dejado de sorprenderme. El evangelista dice que envió a setenta y dos, un número con evidentes resonancias en el Antiguo Testamento, que subraya de algún modo que el anuncio del Reino ha de llegar a toda la tierra y…

– Además de enviarlos a predicar, les dijiste que rogasen al dueño de la mies para que envíe más obreros, porque ésta es muy abundante y ellos son pocos; pero aquellos discípulos ya estaban comprometidos con la misión, ¿no debía ser el dueño de la mies quien se preocupara de enviar más obreros? -me he desahogado con Jesús en cuanto he podido, soltando un run, run, que venía dando vueltas en mi cabeza-.

– Precisamente porque ya estaban comprometidos para anunciar la llegada del Reino, eran ellos los que mejor podían valorar la necesidad de que hubiera más obreros -me ha advertido acercándome una taza de café e invitándome a saborearlo-.

– ¡Ya! -he reaccionado después de tomar un sorbo-. Sin embargo, al enviarlos les hiciste unas advertencias que no facilitaban su misión. ¿No pensaste que, al oírlas, se podían echar atrás?

– Amigo mío -me ha dicho poniendo su mano sobre mi antebrazo-, si lo dices porque les advertí que iban a ser como corderos en medio de lobos, te recuerdo que yo no engaño a nadie. Quien me sigue sabe que ha de defender al rebaño del mal que Satanás siembra en el campo del mundo, tal como expresa la imagen del lobo y los corderos, pero también sabe que quien me sigue encuentra la luz de la vida y no anda solo por el camino, pues yo soy el buen pastor que defiendo a mis ovejas aún a riesgo de dar mi vida por ellas.

– Entiendo que busques obreros del Reino conscientes de la tarea y decididos a hacerla sin dejarse acobardar, pero ¿qué pretendías al enviarlos con lo puesto?: sin dinero, sin comida, sin sandalias de repuesto… y, sobre todo, sin saludar a nadie por el camino. ¿Querías convertir a tus discípulos en gente huraña o intratable? -he dicho de corrido mientras acariciaba mi taza-.

– Espero que me entiendas -ha reaccionado sonriéndome-. Lo de ir con lo puesto fue una manera de decirles que debían confiar en la providencia del amo de la mies y en la fuerza de la palabra que anunciaban, y lo de no saludar a nadie por el camino has de verlo en el contexto de la cortesía oriental de aquel tiempo, acostumbrada a hacer interminables paradas para saludar a familiares y conocidos, de modo que los viajes se demoraban demasiado tiempo; con esa advertencia quise decirles que urgía anunciar que el Reino estaba llegando.

– Voy entendiendo que lo que más te importaba era que la paz, que viene del Padre, llegase al corazón de la gente y que lo demás era secundario -he reconocido mirándolo fijamente-. «Paz a esta casa», «El reino de Dios ha llegado a vosotros»: ¡Qué saludos más hermosos!

– Y así fue -me ha recordado-. Los setenta y dos volvieron muy contentos porque sus nombres se habían inscrito en los cielos. ¡Cómo necesitáis ahora que la paz llegue a vuestra tierra!

– Y que nuestros nombres se inscriban en los cielos -he reconocido recogiendo las tazas vacías-. ¿Logrará el papa León que la paz descanse en esta maltrecha tierra nuestra?

– Pues no olvides que os dije: «Rogad al dueño de la mies…» -ha concluido camino de la puerta-.

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