Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo de Pentecostés – C – (08/06/2025)
Los judíos celebraban la Fiesta de las Semanas conmemorando que Yahvé se había manifestado a Moisés en el monte Sinaí y le había entregado las tablas de la Ley. El autor de los Hechos de los Apóstoles utilizó la misma escenografía de aquella teofanía del Señor sobre el Sinaí -lenguas de fuego y viento huracanado- para describir la irrupción de la fuerza incontrolable del Espíritu Santo, que Jesús había prometido a los Apóstoles, como hemos escuchado hoy en la primera lectura (Hch 2, 1-11) El Espíritu les infundió la valentía que necesitaban para proclamar a los cuatro vientos las maravillas que Dios había hecho con el Resucitado, y nosotros seguimos invocando la fuerza y el consuelo del Paráclito…
– Ya sé que cumples lo que prometes -he dicho a Jesús acercándole una taza de café-; por eso me gustaría que me dijeras cómo es ese “espíritu de hijos adoptivos” que tu Espíritu nos proporciona, tal como hemos escuchado en la segunda lectura (Rom 8, 8-17).
– Sabes que Pablo era hombre culto y, como discípulo de Gamaliel, iba para rabino; por eso estaba iniciado en la filosofía platónica, que algunos israelitas cultivados y no pocos romanos conocían. La filosofía platónica acentuaba la antítesis entre “la carne” y “el espíritu”, es decir, entre el alma o principio inmaterial del ser humano y su realidad material o su cuerpo. Pero Pablo era un creyente, no un filósofo, y en su carta a los cristianos de Roma no pretendió darles una lección de filosofía, pero pensó que aquella antítesis de la filosofía platónica le podía servir para explicar a los cristianos de Roma el nuevo dinamismo que la fe en Jesucristo introduce en la existencia humana. Con el término “carne” designó lo que hay en vosotros de oposición a Dios y con el término “espíritu” lo que hay de apertura y aceptación de la voluntad del Padre…
– Ya tenía razón el apóstol Pedro al escribir que, en las cartas de nuestro querido hermano Pablo, «hay cosas difíciles de entender, que los ignorantes y los débiles interpretan torcidamente» (2 Pe, 3, 16) -he dicho a Jesús para aligerar nuestra tertulia y evitar que derivase en una disquisición filosófica-.
Jesús se ha dado cuenta de mis intenciones, me ha sonreído y ha continuado:
– Sin embargo, lo que hoy has escuchado en su carta se entiende fácilmente: el Espíritu Santo os ayuda a deshacer las ataduras que os esclavizan a vuestros apetitos desordenados (el “espíritu de esclavitud”) y os da el “espíritu de hijos adoptivos” por el que os atrevéis a llamar a Dios “Padre” o mejor aún “papa”, como dicen los niños a sus padres, pues esto significa la palabra aramea “abba”, que Pablo conservó en su carta…
– Y porque nos sentimos como niños a los que Dios da su mano, también somos coherederos contigo -he añadido recordando las palabras de Pablo en su carta-.
– Tanto en los sufrimientos como en la glorificación -ha añadido-, porque sentirse “hijo” es ser y vivir “para el Padre”, y mientras el mal campe por el mundo no podéis “ser para el Padre” sin sufrir algunas contradicciones, pero con un sufrimiento purificador y glorioso…
– ¡Cuánta tarea ha de hacer aún el Paráclito en nosotros! -he exclamado pensando que poco nos quedaba hoy por hablar, pero ¡cuánto por hacer!, y me he despedido-.