Opinión

Nerea Vigo Iglesias

Efluvios de un alma sibilina

Deus sirve natura

9 de mayo de 2025

Hay partes ineludibles de uno mismo a las que antes o después hay que atender. Perderse por la montaña y acompañar las reflexiones con el único sonido de mis pisadas, que se yerguen como reloj natural, es una de ellas. No es un gesto de evasión, aunque podría parecerlo desde fuera, sino una forma radical de volver. Volver a un centro, si es que hay tal cosa, o al menos al eco de algo que alguna vez pareció firme. La tierra cruje bajo mis pies como si despertara con cada paso. El aire frío, indiferente y antiguo, atraviesa mis pulmones y desplaza los pensamientos sin sentido, dejando sólo aquellos que han esperado, pacientes, a un lienzo adecuado para aflorar.

El silencio de la montaña no es vacuo; actúa como un espejo. Aquí no hay distracción, no hay rostro ajeno al que responsabilizar, ni ruido que adormezca la pregunta más temida: ¿quién soy cuando todo calla? Las piedras no ofrecen respuestas, pero tampoco mienten. Me obligan a sostener la mirada sobre lo que duele, sobre lo que he postergado, sobre esa parte de mí que, por mucho tiempo, intenté silenciar entre obligaciones y pantallas.

Recuerdo entonces que el cuerpo también piensa, que las rodillas que flaquean, el sudor que arde, el cuello que gira para observar la cima aún lejana, dicen algo sobre mí. La conciencia se desdobla: una parte sigue subiendo, pero otra desciende hacia el pozo de los recuerdos. No hay huida posible aquí. Cada metro ascendido es una confesión muda, cada raíz esquivada un paso que se afirma en lo incierto. ¿Cuántas veces he fingido ser alguien que no era? ¿Cuántas veces me he vestido de certezas para que no notaran mis grietas?

Quizá por eso vuelvo una y otra vez a estos senderos. Porque la naturaleza no exige respuestas, sólo presencia. Como Dios mismo. No hay expresión más bella de la divinidad que no sea natural. Aquí no importa lo que he hecho ni lo que he dejado de hacer. Estas catedrales de maleza y roca me aceptan sin preguntas, como si entendieran que lo importante es que he venido. Que estoy aquí. Que respiro. Que existo, aunque a veces duela.

Al llegar a la cima, hallo un silencio más amplio, más agudo. Pero dentro de mí, algo ha cambiado. No he encontrado una verdad absoluta, ni he derrotado a mis fantasmas. He caminado junto a ellos. He aceptado su compañía. Y en ese acto simple y arduo hay una forma de redención. Quizá atender a uno mismo no implique resolver nada, sino aprender a escuchar lo que insiste en ser oído. Quizá perderse no es más que la manera más humana de empezar a encontrarse.

Este artículo se ha leído 95 veces.
Compartir
WhatsApp
Email
Facebook
X (Twitter)
LinkedIn

Noticias relacionadas

Este artículo se ha leído 95 veces.