El trabajo, un don que dignifica y humaniza tu vida. Carta del obispo de Barbastro-Monzón. 27 de abril

Ángel Pérez Pueyo
26 de abril de 2025

El día uno de mayo se celebra universalmente la fiesta del trabajo. Permitidme que evocando a san José obrero os comparta que el trabajo, como reiteraba siempre el papa Francisco, es mucho más que una fuente de ingreso. Es una dimensión esencial de la persona, un espacio en el que cada ser humano tiene la posibilidad de desplegar sus talentos, de crecer, de colaborar con otros,
de ser solidario y de contribuir al bien común. Durante el mes de mayo nos uniremos al papa, en su red mundial de oración, para pedir al Señor que no le falte a cada persona ni el pan, ni el trabajo ni la vivienda que le permita valerse por sí mismo, sostener a su familia y humanizar la sociedad.

En nuestras comunidades de fe también el trabajo marca el pulso de la vida cotidiana. Es en el trabajo donde pasamos buena parte de nuestros días, y de su calidad dependen muchas veces la estabilidad de nuestras familias y nuestra propia salud física y emocional. Por eso, hablar de condiciones de trabajo no es solo hablar de economía, sino de justicia, de respeto a la dignidad humana y de construir una sociedad que ponga en el centro a la persona y no los intereses económicos.

Jesús fue un trabajador más. Pasó la mayor parte de su vida en Nazaret, como artesano, compartiendo las alegrías y fatigas del trabajo manual. Y con sus palabras y gestos, nos enseñó que toda labor honesta tiene un valor inmenso a los ojos de Dios. En su mirada descubrimos cómo el trabajo no es solo un medio para ganarse la vida, sino también una vía para la realización personal y la propia santificación, una expresión de nuestra participación en la obra creadora de Dios.

En muchas partes del mundo —por desgracia también muy cerca de nosotros— las condiciones de trabajo distan mucho de ser justas o humanas. El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, nos recuerda que “el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social” y que cada persona necesita un trabajo digno, que le permita “desarrollar sus capacidades, construir su identidad, sostener a su familia y colaborar al bien común”. Por eso, cuando rezamos por las condiciones de trabajo, no pedimos solo para que haya más empleo, sino por trabajo que humanice, que  fortalezca la vida familiar y que abra caminos de esperanza.

En esta diócesis, que acogemos a tantos inmigrantes como trabajadores temporeros, estamos llamados no solo a orar, sino también a comprometernos para evitar cualquier situación de injusticia y apoyar siempre la dignidad y los derechos de todo trabajador. Cuanto más digno es el trabajo, más valorada se siente la persona y más fortalecida la familia y más fraterna la sociedad.

¡Ojalá que entre todos, gobernantes, empresarios y trabajadores, contribuyamos a construir entornos laborales que reflejen el amor de Dios por cada ser humano.

Con mi afecto y mi bendición,

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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