Frente a grandes teorías o abundantes explicaciones,  el Santo Padre identifica las bienaventuranzas como el “carnet de identidad del cristiano”. En el tercer capítulo de ‘Gaudete et exsultate’, titulado ‘A la luz del maestro’, apunta la necesidad de apoyarse en el Espíritu Santo para vivir el mensaje de Jesús, porque aunque es atractivo, “en realidad el mundo nos lleva hacia otro estilo de vida”.

Santos humildes y sencillos. Es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas. La palabra “feliz” o “bienaventurado” pasa a ser sinónimo de “santo”, porque expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su Palabra alcanza, en la entrega de sí, la verdadera dicha.

Escuchar a Jesús. Las bienaventuranzas no son algo liviano o superficial; al contrario, ya que solo podemos vivirlas si el Espíritu Santo nos invade con toda su potencia y nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comodidad, del orgullo. Volvamos a escuchar a Jesús, con todo el amor y el respeto que merece el Maestro.Permitámosle que nos golpee con sus palabras, que nos desafíe, que nos interpele a un cambio real de vida. Si no, la santidad será solo palabras.

Por fidelidad al Maestro. Cuando encuentro a una persona durmiendo a la intemperie, en una noche fría, puedo sentir que ese bulto es un imprevisto que me interrumpe, un delincuente ocioso, un estorbo en mi camino, un aguijón molesto para mi conciencia, un problema que deben resolver los políticos, y quizá hasta una basura que ensucia el espacio público. O puedo reaccionar desde la fe y la caridad, y reconocer en él a un ser humano con mi misma dignidad, a una criatura infinitamente amada por el Padre. ¡Eso es ser cristianos!

Las ideologías que mutilan el corazón del Evangelio. Lamento que a veces las ideologías nos lleven a dos errores nocivos. Por una parte, el de los cristianos que separan estas exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con él, de la gracia. También es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista. La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria.

El culto que más le agrada. Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia. El consumismo hedonista puede jugarnos una mala pasada. También el consumo de información superficial y las formas de comunicación rápida y virtual pueden ser un factor de atontamiento que se lleva todo nuestro tiempo y nos aleja de la carne sufriente de los hermanos.

Oración y entrega. Podríamos pensar que damos gloria a Dios solo con el culto y la oración, o cumpliendo algunas normas éticas, y olvidamos que el criterio para evaluar nuestra vida es ante todo lo que hicimos con los demás. La oración es preciosa si alimenta una entrega cotidiana de amor.

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Ángel Lorente: «El papa nos llama a vivir la fe, a ser santos en familia»

El arzobispo de Zaragoza, sobre ‘Gaudete et exsultate’

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