Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del V Domingo de Pascua

En el evangelio de este domingo (Jn 13, 31-35), se recogen unas palabras de despedida, que Jesús dirigió al grupo de los Doce en la noche de la última cena. Algunos la llaman la “cena de despedida”. Es curioso que el evangelista comience este trozo de su evangelio diciendo: «Cuando salió Judas del cenáculo…». Enseguida le pregunto a Jesús por este detalle.

– Parece que esperaste a que Judas no estuviera presente para despedirte de los tuyos y llamarles cariñosamente hijos míos -he soltado disfrutando el aroma de los cafés-.

– Hice lo que pude para que Judas recapacitase y continuase con los Doce -me ha respondido-. No le denuncié ante el grupo, pero dije lo suficiente para que él entendiese. Sin embargo, fue inútil: él siguió adelante con su propósito. Años después, cuando el evangelista lo puso por escrito, dejó consignado que, cuando di a Judas un bocado mojado en la salsa, «entró en él Satanás», luego salió y era de noche, señal de que ya no tenía remedio.

– Se quedaron los leales y tú te pusiste sentimental, les dijiste: «hijos míos, me queda poco de estar con vosotros», y empezaste a despedirte… -he completado imaginándome la escena-.

– Aunque entonces no la entendiesen del todo, era preciso que les diera la clave para que llegaran a comprender el sentido de mi muerte y resurrección. Por eso, les hablé en términos de “glorificación”. ¿Recuerdas mis palabras?; las ha conservado el evangelista -me ha dicho después de tomar un sorbo de café-.

– Sí; les dijiste: «Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él». ¿Por qué tenía que ser la muerte en cruz el camino de tu glorificación? ¿No había otro menos duro?

– No, si quería manifestar sin lugar a dudas que el Padre los amaba y os ama “hasta el extremo”, hasta ese extremo inaudito de una muerte tan destructiva como la mía, que sin embargo culminó en resurrección, que es un modo nuevo de existir, una nueva vida.

Al decir esto se ha quedado en silencio con la taza en la mano y yo no me he atrevido a romper la emoción del momento. Por fin, Jesús ha continuado:

– Con mi muerte y resurrección, mi personalidad como Jesús de Nazaret (vosotros decís “el Jesús histórico”) fue asumida en el ámbito divino. Mis discípulos así lo entendieron y empezaron a llamarme “Señor”, el mismo título con el que designaban al Padre, y me quedé presente en vuestra comunidad hasta el final de los tiempos… ¿Comprendes ahora por qué el evangelista dijo que también «Dios es glorificado» con mi muerte y resurrección?

– Supongo que, porque así manifestaste, sin trampa ni cartón, tu obediencia al Padre hasta la muerte -he dicho intentando romper el punto de emoción al que hemos llegado-.

– Efectivamente. Recuerda mi conversación con Nicodemo, de la que hablábamos el domingo pasado: tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único… Y no pases por alto mis últimas palabras en este evangelio: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado». Es la señal por la que os reconocerán como discípulos míos.

– ¡Qué hermosas y difíciles son estas palabras! -he exclamado sin poderme contener-.

– Pero no carecéis de equipamiento para cumplirlas: habéis sido amados primero por el Padre y por mí, y, por tanto, respiráis en una atmósfera de amor y de entrega en la que podéis encontrar fuerza para amaros siempre, incluso cuando el amor hace sufrir y duele. No es altruismo lo que os pido, sino que manifestéis al mundo el amor que Dios tiene a sus criaturas.

– Gracias, amigo; se hará lo que se pueda -he dicho dejando unas monedas sobre la mesa-.