En los años 60, igual que muchos otros españoles, tuve que salir de España como emigrante. En aquellos tiempos los países de destino eran Francia, Suiza y Alemania. Generalmente íbamos con contrato, lugar para comer y para dormir. Por lo tanto, visto como vienen hoy de otras tierras lo considero un privilegio. Aún así fue muy duro. Nos enfrentamos con otras culturas, otros idiomas, otros métodos de trabajo y con el rechazo, también entonces, de los ciudadanos del país que, como sucede hoy, decían que íbamos a quitarles el trabajo. Poco han cambiado las cosas en este aspecto. Y también entonces nos consideraban una invasión.
Por razones que no vienen al caso, he tenido que viajar recientemente a Tánger. Allí me he encontrado con una ciudad preciosa, pero que alberga una gran dosis de dolor y sufrimiento. Allí acuden gran cantidad de subsaharianos con la esperanza de encontrar una patera que los traslade a España. Llegan cansados, sudorosos, hambrientos… Nos lo podemos imaginar después de semanas, meses e incluso años de andar a través de muchos países, del desierto, afrontando tantas dificultades como encuentran en el camino.
Pero hay en Tánger un obispo, Santiago Agrelo que ha abierto algunas dependencias de la catedral para prestarles ayuda. Y unas religiosas de la Madre Vedruna, Inma y Yolanda y una voluntaria, Virginia que se ocupan de ofrecerles un servicio de duchas, de lavandería, ropero, talleres de recuperación de la autoestima, de relajación, mediadores para su acogida que deben ser, también ellos, subsaharianos para que sea más sencilla su acogida, trabajadores sociales para la relación con las instituciones locales, psicóloga para atender a los más vulnerables, generalmente mujeres que llegan en un estado lamentable, muchas de ellas víctimas de violaciones.
Este proyecto tiene un nombre: NADAFA, que significa limpieza profunda.
Todo esto para los que acuden al centro. Hay otros que se quedan en campamentos en las afueras y a los que dos veces por semana llevan comida.
Una noche que salimos a dar un paseo vimos a una persona con las dos manos y brazos vendados hasta el codo. Me explicaron que eso era el producto de las cuchillas de la valla.
He visto caras de sufrimiento, pero también caras de esperanza porque ven cercano el día de embarcar en una patera y pasar los 14 km que los separan de España. Solo que esos 14 km no siempre significan éxito y vida. Demasiadas veces se han convertido en fracaso y muerte.
¿Cómo se supone que están viviendo en sus países de origen para dejar todo lo que tienen y arriesgar incluso la vida? ¡Son hermanos que sufren! ¿Nos preguntará un día el Señor como a Caín, donde está tu hermano?
Intentemos hacerles la vida menos dolorosa, al menos a los que han llegado hasta aquí. Es un deber humano y cristiano.