Recién estrenado el nuevo año, seguro que podríamos enumerar los propósitos particulares de cada uno: iniciar cursos de idiomas, mejorar nuestros cuerpos o cuando menos recuperar los que teníamos antes de las fiestas, engordar nuestras cuentas bancarias, mejorar en el empleo, nuestro salario, apoyar las carreras de estudios de nuestros hijos, planificar ya nuestras próximas vacaciones…
En líneas generales serán propósitos centrados en nosotros mismos o cerrados a nuestra propia sangre, la de los nuestros. Como mucho, incluiremos algún buen propósito general para nuestro mundo, pero con escasas implicaciones concretas quizá para nosotros.
Por otro lado iniciamos también el año con un nuevo gobierno, que arranca con sus nuevos acuerdos y propuestas: derogación de la reforma laboral actual, subida de los impuestos para las rentas más altas, limitación del precio de los alquileres, la religión no contará como nota para la media, medidas contra el cambio climático, entre otras.
Algunas de estas formulaciones se centran y tienen su enfoque en los últimos, en los sectores más desfavorecidos de la sociedad, pero ¿llegarán a buen puerto? ¿Qué precio han tenido que pagar estos acuerdos? ¿Qué intereses espurios han permitido formularlas? Otras de las propuestas concertadas por el nuevo gobierno, en cambio, dejan entrever esos otros intereses no tan solidarios, quizá más interesados y alejados del bien común. Y que seguramente tendrán consecuencias nefastas precisamente para los sectores más vulnerables de nuestra sociedad.
Frente a estas realidades del mundo también el inicio del año litúrgico nos trae el programa que proclamó Jesús ante la Sinagoga al inicio de su vida pública, de su misión. El Evangelio de hoy nos dice en boca de Jesús: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.» Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él.
Rotundidad y claridad la de Jesús, “soy el enviado para llevar la buena noticia a los pobres, anunciar la liberación a los cautivos y oprimidos, ¡el tiempo de la misericordia ha llegado!” Después sólo necesitó coherencia de vida y confianza en el Padre.
Como discípulos de Jesús, estamos llamados, también, a trabajar para contribuir en la generación de buenas noticias para los pobres y colaborar en la liberación de los oprimidos. Estamos llamados a denunciar situaciones laborales injustas, para que se den las condiciones de un trabajo digno que alcance a todas las personas; a proponer y exigir sistemas impositivos que favorezcan una mejor redistribución de la riqueza, para luchar contra las desigualdades sociales; a apoyar y promover medidas para el acceso a una vivienda digna; a sensibilizar y explicar a los ciegos, a los duros de corazón, porqué es bueno mejorar nuestra sociedad desde criterios del bien común sin dejar a nadie atrás; a fomentar la defensa de la cultura de la vida, del no nacido, del anciano en soledad, del enfermo; a promover la liberación de los oprimidos por la injusticia, por las drogas, por el tráfico y trata de personas… todo ello desde la coherencia, como Jesús, poniendo en juego nuestros medios de vida: ¿en manos de quién ponemos nuestro dinero?, ¿en qué bancos, en qué empresas?, ¿qué consumimos, cómo consumimos?, ¿qué energía contratamos…? ¿Qué valores y educación damos a nuestros hijos? ¿Cumplimos con nuestros deberes fiscales? ¿Evitamos pequeños fraudes como pagar sin factura?
A veces, no podremos realizar acciones directas de liberación o de denuncia, pero seguro que podremos encontrar cauces de apoyo a campañas o a entidades y asociaciones que lo hacen.
Y pongamos en evidencia a los servidores públicos, los políticos, aplaudamos lo que hagan bien, independientemente de su ideología; pero no permitamos la arrogancia, la falta de consideración hacia los últimos, los olvidados, los sin nombre. Qué no tomen decisiones sin meditar antes sus consecuencias para con ellos.
Y por último, no nos olvidemos de algo importante, la humildad. Los discípulos de Jesús no podemos denunciar o solicitar con la altanería de quién cree que lo hace todo perfecto, porque nos sabemos limitados; y porque, en último término, nuestras acciones no dependen de nosotros y nuestra valía, deberán ser realizadas en nombre del Ungido y para mayor gloria del Padre.