El que no vive para servir no sirve para vivir, decía Santa Teresa de Calculta. Esta semana me llegó por whatsapp uno de los típicos vídeos que nos van mandando, y me hacía pensar en la vida. La vida como regalo. Regalo que nos dan y regalo que damos.

De hecho, si lo meditas, cuando realmente somos felices es cuando nos damos. Cuando te levantas y, si tienes alguien contigo, preparas el desayuno. Cuando vas al trabajo y, allí, lo procuras hacer lo mejor posible, dando tu tiempo, tu inteligencia. Cuando haces compañía a alguien mientras come. Cuando pensamos en los demás, cuando nos damos a los demás, realmente estamos viviendo la vida.

Qué tristes estaríamos si solo «viviésemos» para nosotros. No podríamos dar lo mejor de nosotros mismos, no tendríamos a nadie a quien hacer feliz, con quien ser feliz. Date, pero date del todo. Date con tu familia, con tus amigos, en el trabajo, con los desconocidos, con los necesitados. Date con Dios, pues Él te lo ha dado, y te da, todo. Nos da todo. Nos da su gracia para que nos demos. Y con su ayuda podremos conseguir la meta, darnos del todo.

Esta es la lógica del amor de Dios. Así nos vamos adentrando en el amor. Es curioso cómo nos adentramos en algo, aparentemente, tan abstracto desde lo más cotidiano de cada día. San Juan Pablo II ya nos animaba a ese darnos, ese amor fiel (mantenido en el tiempo) que nos encamina a la santidad, a la que estamos llamados.

No te mueras. No te quedes arrugado en torno a ti mismo, como un gusano cuando está muriendo. Todos te necesitamos. Todos nos necesitamos. ¿Qué sería del mundo si solo estuvieras tú? Deja huella. Date. Sirve. Vive. Y serás feliz.