Ante el inminente curso que ya se estrena, uno recuerda la alborozada – y cargada de sueños –  pregunta que nos hacíamos entre los compañeros del ya casi ancestral B.U.P. ¿Y tú a Ciencias o a Letras?

Sirva este artículo para hacer un elogio de las Ciencias Humanas – o Humanidades, como prefiera el lector –, que evocan la quietud y serenidad que conlleva el cultivo de lo humano… Y, por supuesto,  sin menoscabar ni un ápice las luces y potencialidades de aquellas ciencias más técnicas y globales.

Sí, me dirá usted que ya no está de moda, que en las tertulias se debaten temas más agresivos y actuales – supuestamente –, pero no me negará que una buena discusión sobre literatura, filosofía, educación, ética… le estimula a uno mucho más que las noticias sobre los pactos políticos de última hora – quizás mejor, de último minuto –. Menos morbo, menos interés periodístico, de acuerdo, pero a mi humilde parecer mucho más revitalizante.

Y es que las humanidades conservan – atesoran, diría yo – esta eficacia y vitalidad del espíritu; no en vano el espíritu es más fuerte que la materia. Y es que, sin las Ciencias Humanas, quizás nos veamos zozobrando en los enfoques utilitaristas y pragmáticos, enfoques huérfanos de hondura y anclaje…

Son tantos las cambios producidos por los avances tecnológicos, es tanto el cambio que se está produciendo en este mundo globalizado, que uno a veces se pregunta Sí, muy bien, pero ¿hacia dónde va todo esto?

 Y es que no olvidarse de lo importante – en aras de lo urgente – manifiesta una grandeza de alma que ya quisiera yo para mí. A la postre, estamos hablando de la condición humana, de nuestra esencia, querido lector… ¿Y quién se ocupa de este tesoro?

Ya ve que le estoy dejando entrever mis dudas ante la prudencia del abordaje de un loable proyecto técnico si éste deja atrás los ámbitos antropológicos, políticos, jurídicos… Nuestra sociedad “líquida” está pidiendo a gritos formas de pensamiento, nuevas sensibilidades que no caigan en el oportunismo. Y una mirada a nuestras tradiciones – las grandes olvidadas –, que nos permiten recordar de dónde venimos y a dónde vamos…

Como me considero una mujer práctica, así como una apasionada del matrimonio y la familia,  no puedo evitar animar a padres, hijos y abuelos a ser versátiles, a formar un equipo en el que los aspectos más técnicos se enriquezcan con los humanos, la formación más científica de unos con la experiencia y “solidez” de los otros.

Viene a mi imaginación el recuerdo de una sustanciosa conversación con un joven de 20 años, estudiante de una carrera técnica y con esa deliciosa prepotencia de la juventud  que le hace pensar que la técnica y la ciencia arreglarán  todos los problemas de la humanidad. Qué maravilla todas las posibilidades que la tecnología pone a nuestro alcance – la Revolución 4.0, me comentó que se denominaban a todos estos avances –. Reconozco que se me abrió un mundo…  – y confío en que a él también – cuando compartimos la necesidad de que  haya un marco humano para todos estos “progresos”. De otra manera, podemos encontrarnos en el sinsentido de que los avances para mejorar la condición humana se estén olvidando de lo principal: el verdadero bien del hombre (¡).

 

Un brindis en este inicio de curso por las ciencias tecnológicas enmarcadas por las humanas; un brindis por  la familia, por cada familia,  espacio de imaginación, creatividad,  trascendencia, y por descontado, espacio “humano” por excelencia.