Sí, servidora se atreve ¿audaz o inconsciente? No juzgue hasta el final, por favor… Además, no podría pensar en un día mejor que hoy, precioso lunes de Pascua, para esta firma.

Uno de los quehaceres de estas semanas de confinamiento está siendo el ¡orden y  limpieza! Y no me refiero únicamente a las habitaciones del hogar, ni al interior de una servidora  –que también-, sino a los archivos y documentos que una va guardando a lo largo de sus años de su labor como orientadora familiar.

En esta labor de orden de archivos me he encontrado con un tema que hoy –lunes de Gloria-  me anima a conversar con usted… son aquellos casos tratados en consulta en los que la fidelidad matrimonial se ha puesto a prueba. Nada más y nada menos. Permítame compartir con usted, atento lector, las bondades que he podido aprender de estas situaciones gracias a las maravillosas personas que han puesto su confianza en la orientación familiar. Y es que en este lunes de Pascua, más que nunca, podemos –y debemos- hablar de heridas sanadas.

Aunque quizás le cueste leer estas líneas sin fruncir el ceño, le aseguro que toda crisis –incluso éstas- pueden ser para bien, y tenga por seguro que de toda prueba uno puede salir más fortalecido en el bien y la verdad de su matrimonio. Lo he visto claramente en consultas, y me he deslumbrado –sigo deslumbrada-. Mire que no estoy hablando de sentimentalismos  efímeros que bien evidentes son las dificultades y el sufrimiento que estas crisis conllevan. Pero también quiero evitar actitudes superficiales y llenas de prejuicios, de falta de información, y por lo tanto,  injusticia.

Y es que si algo he aprendido de estas situaciones, es a no juzgar. ¡Qué tremendo error sentenciar a priori, créame! Cada persona es un enigma, impenetrable e ininterpretable. ¿Y yo qué sé sobre el misterio del otro, sobre su alma? Nada, yo no sé nada, así que calladita.

Otra de las enseñanzas obtenidas de estas situaciones con las que me encontrado a lo largo de los años ha sido la de ver la capacidad de comprender auténticamente, para luego, perdonar. Y he de confesar que la fe es aquí una auténtica luminaria que permite ser misericordioso porque Alguien lo ha sido antes con uno mismo. Asombroso,  ¿acaso no se han deslumbrando sus ojos en estos días Santos y siguen deslumbrados hoy más si cabe?

Aún he aprendido más de estas situaciones… He visto el milagro de poder cambiar un corazón negro y resentido por unos ojos desmesuradamente abiertos al conseguir reconocer todo el bien que aporta el otro cónyuge (¡!).

Y como soy insaciable, sigo.  Lejos de parapetarse en la autocompasión y la resignación -¿tan cristiana?- de un rígido formalismo o de un heroísmo cerrado en sí mismo, he visto cómo el cónyuge herido se pone a disposición del otro. Y creo humildemente que esto puede ser posible porque hay un Amor más grande que va más allá de la unión de los cuerpos, que va más allá de la reciprocidad, más allá de la traición… y que permite vivir algo en apariencia tan humanamente inaceptable, difícilmente comprensible, a no ser que  uno eleve su mirada y recuerde esa inclinación –maravillosa tensión- hacia Aquel que da cumplimiento a todas sus promesas –en este caso, la plenitud de todo matrimonio-.

Nos cuesta entenderlo, a mí la primera. Ante estas y otras situaciones difíciles de comprender, me digo a mí misma: abraza aquello para lo que no hay respuesta humana,  aunque sí promesas eternas – ¡promesas cumplidas, hoy lunes de Pascua más que nunca!- . Así lo he aprendido de otras personas heridas ante las cuales me descubro sinceramente.

Creo que en las siguientes palabras se encuentra una de las claves para abarcar estas realidades; yo no podría encontrar una forma tan contundente de expresarlo:

Es el amor que, despojado de dimensiones absolutas, arrebata a los hombres como si fuera el absoluto. Se dejan llevar de la ilusión y no tratan de fundar su amor en el Amor, que sí posee la dimensión absoluta. Ni siquiera sospechan esta exigencia, porque les ciega no tanto la fuerza del sentimiento- cuanto la falta de humildad– (…) Entonces el amor no soporta el peso de la vida”.[1]

En este lunes de Su triunfo –nuestro triunfo-, todo es posible ya…

PD: ¡Jesucristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado!

 

[1] Woktyla, Karol: El taller del Orfebre, BAC, Madrid, 2005, pp. 97-98.