
Los adeptos a la filosofía «pro choice» quieren controlar la muerte igual que deciden cualquier otro acontecimiento de la vida, desde un aborto a un divorcio. De ahí que la eutanasia y el suicidio «asistido» se presenten como un ejercicio de autonomía del paciente, que decide apearse de la vida en un gesto digno y soberano. En vez de una muerte sufrida, buscan un procedimiento higiénico, rápido e indoloro, con la asistencia de un experto.

Una de las razones que suelen invocarse para legalizar la eutanasia es que se trata de hacerla más trasparente para que la sociedad pueda controlarla. Así se hizo en Bélgica, donde se legalizó la eutanasia en 2002, con una serie de condiciones: debe ser realizada por un médico a petición del paciente; debe ser consultado otro médico; el propio médico ha de administrar la droga letal y hay que presentar a las autoridades un informe del caso. En suma, autonomía del paciente y transparencia.
Sin embargo, según un estudio que se publicó en el British Medical Journal, en 2007, en Flandes, solo el 52,8% de los casos de eutanasia fueron declarados a las autoridades. En los otros casos, los médicos no consideraron que el acto cometido fuera eutanásico, preferían no informar por el papeleo, temían no haber cumplido con todos los criterios legales o consideraban que la eutanasia es un asunto a resolver entre el paciente y el médico. En suma, en casi la mitad de los casos no hay constancia de que la eutanasia fue solicitada por el paciente.
También en Holanda, en la investigación de la «Comisión Remmelink», el 27% de los médicos indicaron que habían terminado con la vida de algún paciente por propia decisión, porque ni el paciente ni los familiares estaban en condiciones de hacerlo.

Seguro que lo hicieron de manera más profesional que el celador de Olot. Pero actuaron también «como si fueran Dios», decidiendo sobre la vida y la muerte. Fue su autonomía, no la del paciente, la que se puso en ejercicio.
Otro elemento característico de hoy es el aumento de las formas de eutanasia: de aquellas más clásicas, para los enfermos incurables, atormentados por el dolor, pasamos ahora a las formas más modernas, más sofisticadas de eutanasia: se da por ejemplo la eutanasia de los niños nacidos deformes, también una eutanasia prenatal, que interviene sobre el feto antes de su nacimiento; así como la eutanasia de los ancianos inválidos y que son concebidos como una carga. Hace unos años una prestigiosa revista de medicina quiso incluir en el problema demográfico, es decir, en la regulación de la natalidad, como medio de intervención también a la eutanasia; leemos de esta revista: «Un programa de prevención de la superpoblación debe incluir también la eutanasia».
Pero hay un tercer elemento aún más interesante: la actitud que se asume en relación a estos casos de eutanasia. Hemos pasado de una actitud de condena muy clara, precisa, fuerte, a una actitud de tolerancia en relación a los casos más graves y más penosos; más aún, hemos ido más lejos y la actitud más difundida parece ser la de la aceptación. No faltan personas que extienden más esta actitud y se empeñan en favorecer y promover la eutanasia. Es cierto que usualmente se apresuran a decir que se trata de los casos más graves, pero luego la gravedad se define en las formas más elásticas o contradictorias.

Otro elemento de la eutanasia hoy se relaciona con las motivaciones interiores que mueven a pedir la eutanasia. Una de las más difundidas es la así llamada piedad ante los sufrimientos indecibles e insoportables. Pero hay otra motivación más: la de quien habla de una vida que en algunos casos no tiene valor. Otros van más lejos y piensan que los enfermos y los ancianos significan un problema gravísimo para nuestra sociedad, porque constituyen un peso, no solo económico, sino también psicológico. Quisiéramos señalar también esta otra motivación, que se remonta a una concepción libertaria de la vida y que se compendia en un slogan, hecho circular abundantemente con ocasión de la campaña a favor del aborto: entonces, se decía muy frecuentemente: «El cuerpo es mío y lo administro yo». Ahora, todo esto se traslada a la vida y a la muerte y el slogan suena así: «La vida es mía y hago con ella lo que quiero» («La vita è mia e ne faccio quello che voglio»).
Inmediatamente, toma cada vez más la forma de la reivindicación de un derecho: si yo quiero, tengo el derecho de pedir y de obtener, al menos para mí mismo, la eutanasia. Solo que este discurso se carga inmediatamente de consecuencias sociales, porque si existe el derecho de uno, ¿no debería a su vez existir un derecho también de la sociedad? Y, en esta línea, es del todo extraño que la ley misma intervenga para reconocer este derecho mediante la legalización de la eutanasia a pedido. Sin decir que, cuando se quisiese llegar a la legalización de la eutanasia, como ha ocurrido en otros países, puede surgir en las personas la idea de un deber pedir la eutanasia, cuando se encuentra en determinadas condiciones, gravosas no solo para sí y para la propia familia, sino también para la sociedad. El final, entonces, viene a ser el de una eutanasia impuesta por ley.

Eutanasia
Es un término que posee una historia larga y variada, con diversos significados según el uso que se hace de la misma.
Puede significar:
– «Buena muerte» o «muerte sin sufrimientos» administrada por el médico para disminuir el dolor,
– acción u omisión que procura la muerte con el fin de eliminar el dolor en un asistido sin esperanzas de curación,
– «suicidio por solicitud» del paciente (suicidio «asistido»).
«Buena muerte, morir bien»; «homicidio por compasión», es decir, causar la muerte de otro por «piedad» ante su sufrimiento o atender a sus deseos de morir por la causa que fuere; otros hablan de «muerte dulce» o «muerte digna» para ocultar la tremenda realidad del hecho central de la eutanasia: un ser humano da muerte a otro consciente y libremente, independientemente de las razones que lo motiven a hacerlo.
«Eutanasia» es causar la muerte a otro con o sin su consentimiento para evitarle dolores físicos o padecimientos de otro tipo considerados insoportables. Por tanto, la eutanasia representa siempre una forma de homicidio pues implica que un hombre da muerte a otro ya sea por un acto positivo o por la omisión de la atención y cuidados debidos.
Por eutanasia en sentido verdadero y propio se debe entender una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor.
La eutanasia es un acto homicida, que ningún fin puede legitimar. Por eutanasia se entiende «una acción o una omisión que, por su naturaleza, o en las intenciones, procura la muerte, con el fin de eliminar todo dolor. La eutanasia se sitúa, por tanto, a nivel de las intenciones y de los medios usados».
La piedad suscitada por el dolor y por el sufrimiento hacia enfermos terminales, niños anormales, enfermos mentales, ancianos, personas afectadas por enfermedades incurables, no autoriza ninguna eutanasia directa, activa o pasiva. Aquí no se trata de ayuda prestada a un enfermo, sino del homicidio intencional de una persona humana.
El personal médico y de enfermería —fiel al deber de «estar siempre al servicio de la vida y asistirla hasta el final»— no puede prestarse a ninguna práctica eutanásica ni siquiera ante la solicitud del interesado, aún menos de sus parientes. En efecto, las personas no poseen un derecho eutanásico, porque no existe el derecho de disponer arbitrariamente de la propia vida. Ningún agente de la salud, por consiguiente, puede hacerse tutor ejecutivo de un derecho inexistente.
Diverso es el caso del derecho, ya mencionado, a morir con dignidad humana y cristiana. Este es un derecho real y legítimo, que el personal de la salud está llamado a salvaguardar, cuidando al moribundo y aceptando el natural desenlace de la vida. Hay una diferencia radical entre «dar la muerte» y «consentir el morir»: el primero es un acto supresivo de la vida, el segundo es aceptarla hasta la muerte.
Eutanasia, suicidio u homicidio
La muerte es un objetivo buscado, está en la intención de quien practica la eutanasia. Por tanto, no es eutanasia la aplicación de un tratamiento necesario para aliviar el dolor, aunque acorte la expectativa de vida del paciente como efecto secundario no querido, ni puede llamarse eutanasia a la muerte que es fruto de una imprudencia o accidente.

Puede producirse por acción (administrar sustancias tóxicas mortales) o por omisión (negar la asistencia médica debida).
Se busca la muerte de otro, no la propia. El suicidio, sea por acción u omisión no es propiamente una forma de eutanasia.
Puede realizarse porque la pide el que quiere morir. La ayuda o cooperación al suicidio sí se considera una forma de eutanasia.
Puede realizarse para evitar sufrimientos que pueden ser presentes o futuros, pero previsibles, o porque se considere que la calidad de vida de la víctima no alcanzará o no mantendrá un mínimo aceptable. El elemento subjetivo de estar eliminando el dolor o las deficiencias ajenas es un factor necesario para considerar lo que es eutanasia. Si no, estaríamos ante otras formas de homicidio.
Clases de eutanasia:
– Voluntaria: solicitada por el que quiere morir.
– Involuntaria: cuando no la solicita.
– Perinatal: cuando se aplica a recién nacidos deformes o deficientes.
– Agónica: cuando se aplica a enfermos terminales.
– Psíquica: cuando se aplica a afectados de lesiones cerebrales irreversibles.
– Social: cuando se aplica a ancianos u otro tipo de personas tenidos por socialmente improductivos o gravosos.
– Autoeutanasia: esto no es eutanasia según la definición que dimos, sino suicidio.
– Activa: la muerte se produce por acción positiva.
– Pasiva: la muerte se produce por omisión.
– Directa: busca directamente la muerte.
– Indirecta: busca mitigar el dolor aun sabiendo que ese tratamiento puede acortar la vida del paciente. Esto tampoco es eutanasia.
Respecto de la eutanasia se ha elaborado una terminología bastante amplia que, a veces, se utiliza para hablar del tema en forma confusa y presentar una cosa por otra.
Conviene entender las principales acepciones:
1) Eutanasia eugénica: es la eutanasia practicada por razones de higiene racial o por razones sociales, económicas, etc. Pretende liberar a la sociedad de enfermos crónicos, discapacitados, minusválidos que consumen lo que no producen, y que son una carga. Sus propulsores se basan en teorías eugénicas de Galton, Garófalo, Lombroso, Sanger, Nietzsche, Rosember, etc. Tuvo su paradigma en el nazismo: el régimen obligó a esterilizar, abortar y a eutanasiar a todos los considerados no productivos, sin valor o disidentes. Juzga en base a factores demográficos, económicos, políticos, utilitarios, hedonísticos.
2) Eutanasia piadosa (mercy killing): se practica con el fin de aliviar los dolores y sufrimientos del enfermo. Parten sus apologistas de que en la vida no tiene sentido el dolor, y de que no hay trascendencia. La sostuvieron Thompson, Pauling, Modod, Barnard, Platón, Voltaire, Sartre, etc.
3) Eutanasia positiva: es el homicidio, cometido por fines eugénicos o piadosos, en el que el agente de manera directa o positiva o activa actúa sobre la persona enferma provocándole la muerte (ahogándola, haciéndole inhalar gases venenosos, inyecciones tóxicas, etc.). Pertenecen a esta modalidad el suicidio y el suicidio asistido, y la eutanasia prenatal o aborto eugénico.
4) Eutanasia negativa: es la muerte del paciente por medios indirectos, pasivos o negativos. El agente deja de hacer algo que permite proseguir la vida, omite practicar o seguir practicando un tratamiento activo. Tiene dos modalidades importantes:
a) La ortotanasia: es la interrupción u omisión de medios médicos proporcionados, ordinarios y normales.
b) La distanasia: es la interrupción u omisión de medios médicos desproporcionados y extraordinarios, de gran envergadura. Técnicamente no es eutanasia.
5) Eutanasia directa: es la eutanasia en la que la intención del agente es la de provocar la muerte, ya sea por homicidio o por suicidio asistido. No importa los fines o los medios.
6) Eutanasia indirecta o lenitiva: técnicamente no es eutanasia. Consiste en realizar determinados actos (administración de sedantes, ciertas drogas) con un fin bueno (el disminuir el dolor del paciente), el cual tiene por efecto secundario el abreviar la vida del paciente.
7) Eutanasia voluntaria: solicitada por el paciente, ya sea por medios positivos o negativos.
8) Eutanasia involuntaria: es la que se aplica a los pacientes sin su consentimiento.
¿Qué es la distanasia?
Su etimología es Dis thánatos: mal y muerte. Es lo contrario de la eutanasia y consiste en retrasar el advenimiento de la muerte todo lo posible, por todos los medios, proporcionados o no, aunque no haya esperanza de curación y aunque eso signifique unos grandes sufrimientos añadidos para el enfermo. También se llama «ensañamiento terapéutico» y «encarnizamiento terapéutico».
«De ella debe distinguirse la decisión de renunciar al llamado “ensañamiento terapéutico”, o sea, ciertas intervenciones médicas ya no adecuadas a la situación real del enfermo, por ser desproporcionadas a los resultados que se podrían esperar o, bien, por ser demasiado gravosas para él o su familia. En estas situaciones, cuando la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en conciencia “renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al enfermo en casos similares”. Ciertamente existe la obligación moral de curarse y hacerse curar, pero esta obligación se debe valorar según las situaciones concretas; es decir, hay que examinar si los medios terapéuticos a disposición son objetivamente proporcionados a las perspectivas de mejoría. La renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados no equivale al suicidio o a la eutanasia; expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la muerte».
Una síntesis de algunos documentos del Magisterio de la Iglesia
. Declaración Iura et bona de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe de 5 de mayo de 1980: «Por eutanasia se entiende una acción o una omisión que por su

naturaleza, o en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. La eutanasia se sitúa pues en el nivel de las intenciones o de los métodos usados. Ahora bien, es necesario reafirmar con toda firmeza que nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata en efecto de una violación de la ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad». Señala como argumento ético resolutorio «el principio de la inviolabilidad de la vida humana». Se trata de un breve compendio de la moral católica sobre la enfermedad y la muerte.
. A este documento se añade la condena de la eutanasia formulada en la carta encíclica Evangelium vitae con palabras especialmente solemnes. San Juan Pablo II afirma: «De acuerdo con el magisterio de mis predecesores y en comunión con los obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada, moralmente inaceptable, de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. Semejante práctica conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o del homicidio» (nº 65).
Y, en el mismo documento: «Ahora bien, el suicidio es siempre moralmente inaceptable, al igual que el homicidio. La tradición de la Iglesia siempre lo ha rechazado como decisión gravemente mala… Compartir la intención suicida de otro y ayudarle a realizarla mediante el llamado “suicidio asistido” significa hacerse colaborador, y algunas veces autor en primera persona, de una injusticia que nunca tiene justificación, ni siquiera cuando es solicitada. La eutanasia, aunque no esté motivada por el rechazo egoísta de hacerse cargo de la existencia del que sufre, debe considerarse como una falsa piedad, más aún, como una preocupante “perversión” de la misma. En efecto, la verdadera “compasión” hace solidarios con el dolor de los demás, y no elimina a la persona cuyo sufrimiento no se puede soportar. El gesto de la eutanasia aparece aún más perverso si es realizado por quienes —como los familiares— deberían asistir con paciencia y amor a su allegado, o por cuantos —como los médicos—, por su profesión específica, deberían cuidar al enfermo incluso en las condiciones terminales más penosas.
»La opción de la eutanasia es más grave cuando se configura como un homicidio que otros practican en una persona que no la pidió de ningún modo y que nunca dio su consentimiento. Se llega además al colmo del arbitrio y de la injusticia cuando algunos, médicos o legisladores, se arrogan el poder de decidir sobre quién debe vivir o morir… De este modo, la vida del más débil queda en manos del más fuerte; se pierde el sentido de la justicia en la sociedad y se mina en su misma raíz la confianza recíproca, fundamento de toda relación auténtica entre las personas» (nº 66).
La encíclica define la eutanasia como «adueñarse de la muerte, procurándola de modo anticipado y poniendo así fin dulcemente a la propia vida o a la de otros» (nº 64) o, más propiamente, «en sentido verdadero y propio se debe entender (la eutanasia como) una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. La eutanasia se sitúa, pues, en el nivel de las intenciones o de los métodos usados» (nº 65).
La eutanasia «en su realidad más profunda, constituye un rechazo de la soberanía absoluta de Dios sobre la vida y sobre la muerte, proclamada así en la oración del antiguo sabio de Israel: Tú tienes el poder sobre la vida y sobre la muerte, haces bajar a las puertas del Hades y de allí subir (Sab. 16,13 y cfr. Tob. 13,2)» (nº 66).
La encíclica nos dice que, frente a la cultura de la muerte, «bien diverso es, en cambio, el camino del amor y de la verdadera piedad, al que nos obliga nuestra común condición humana y que la fe en Cristo Redentor, muerto y resucitado, ilumina con nuevo sentido. El deseo que brota del corazón del hombre ante el supremo encuentro con el sufrimiento y la muerte, especialmente cuando siente la tentación de caer en la desesperación y casi de abatirse en ella, es sobre todo aspiración de compañía, de solidaridad y de apoyo en la prueba. Es petición de ayuda para seguir esperando, cuando todas las esperanzas humanas se desvanecen» (nº 67).

. Constitución pastoral Gaudium et spes: «Cuanto atenta contra la vida —homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado—… deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador» (nº 27).
. Exhortación apostólica Amoris laetitia: «La eutanasia y el suicidio asistido son graves amenazas para las familias de todo el mundo. Su práctica es legal en muchos países. La Iglesia, mientras se opone firmemente a estas prácticas, siente el deber de ayudar a las familias que cuidan de sus miembros ancianos y enfermos» (nº 48).
. La carta Samaritanus bonus.
El Vaticano ha divulgado un documento oficial en el que reitera su total oposición a la eutanasia y al suicidio asistido, y acusa a los países y personas que la autorizan o toleran de deshonrar «a la civilización humana».
La carta, con el nombre de Samaritanus bonus (El Buen Samaritano), elaborada por la Congregación para la Doctrina de la Fe y aprobada (25.06.2020) por el papa Francisco, establece como «enseñanza definitiva» que la eutanasia «es un crimen contra la vida humana» que no se puede aplicar en ninguna ocasión y circunstancia.
Dirigida a los fieles, sacerdotes, cuidadores y familias, el texto reitera la posición de la Iglesia católica sobre el tema y se publica (22.09.2020) como «aclaración moral y orientación práctica» para todos los creyentes.
«La eutanasia es un acto homicida que ningún fin puede legitimar y que no tolera ninguna forma de complicidad o colaboración, activa o pasiva», reza el texto.
La carta presenta un claro rechazo de la eutanasia y de la lógica del «rechazo como ensañamiento terapéutico». Reflexiona sobre temas delicados como la vida prenatal y los estados reducidos de conciencia. Reafirma el derecho a la objeción de conciencia del personal sanitario.

Afirma la Samaritanus bonus sin ambages: «La vida es siempre un bien. Esta es una intuición o, más bien, un dato de experiencia, cuya razón profunda el hombre está llamado a comprender».
El documento deja ver cómo la bruma de la confusión nubla la razón cuando se carece de la óptica de la fe: «Frente a lo inevitable de la enfermedad, sobre todo si es crónica y degenerativa, si falta la fe, el miedo al sufrimiento y a la muerte, y el desánimo que se produce, constituyen hoy en día las causas principales de la tentación de controlar y gestionar la llegada de la muerte». La fe amplía la razón, la fe defiende la vida, cuando la sociedad carece de fe, pierde este firme apoyo.
Sobre la carta Samaritanus bonus (Vatican News):
«Incurable no es nunca sinónimo de “in-cuidable”: quien sufre una enfermedad en fase terminal, así como quien nace con una predicción de supervivencia limitada, tiene derecho a ser acogido, cuidado, rodeado de afecto.
»“Curar si es posible, cuidar siempre”. Estas palabras de san Juan Pablo II explican que incurable nunca es sinónimo de “in-cuidable”. La curación hasta el final, “estar con” el enfermo, acompañarlo escuchándolo, haciéndolo sentirse amado y querido, es lo que puede evitar la soledad, el miedo al sufrimiento y a la muerte, y el desánimo que conlleva: elementos que hoy en día se encuentran entre las principales causas de solicitud de eutanasia o de suicidio asistido.
»Todo el documento se centra en el sentido del dolor y el sufrimiento a la luz del Evangelio y el sacrificio de Jesús: “El dolor es existencialmente soportable solo donde existe la esperanza” y la esperanza que Cristo transmite a la persona que sufre es “la de su presencia, de su real cercanía”. Los cuidados paliativos no son suficientes “si no existe alguien que ´está´ junto al enfermo y le da testimonio de su valor único e irrepetible”.
»“El valor inviolable de la vida es una verdad básica de la ley moral natural y un fundamento esencial del ordenamiento jurídico”, afirma la Carta. Por eso, “aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarios al honor debido al Creador”.
»El documento menciona algunos factores que limitan la capacidad de acoger el valor de la vida. El primero es un uso equívoco del concepto de “muerte digna” en relación con el de “calidad de vida”, con una perspectiva antropológica utilitarista. La vida se considera “digna” solo en presencia de ciertas características psíquicas o físicas. Un segundo obstáculo es una comprensión errónea de la “compasión”. La verdadera compasión humana “no consiste en provocar la muerte, sino en acoger al enfermo, en sostenerlo”, ofreciéndole afecto y medios para aliviar su sufrimiento. Otro obstáculo es el creciente individualismo, que es la raíz de la “enfermedad más latente de nuestro tiempo: la soledad”. Ante las leyes que legalizan las prácticas eutanásicas, “surgen a veces dilemas infundados sobre la moralidad de las acciones que, en realidad, no son más que actos debidos de simple cuidado de la persona, como hidratar y alimentar a un enfermo en estado de inconsciencia sin perspectivas de curación”.
»El documento reitera como enseñanza definitiva que “la eutanasia es un crimen contra la vida humana”, un acto “intrínsecamente malo, en toda ocasión y circunstancia”. Por lo tanto, cualquier cooperación inmediata, formal o material, es un grave pecado contra la vida humana que ninguna autoridad “puede legítimamente” imponer ni permitir. “Aquellos que aprueban leyes sobre la eutanasia y el suicidio asistido se hacen, por lo tanto, cómplices del grave pecado” y son “culpables de escándalo porque tales leyes contribuyen a deformar la conciencia, también la de los fieles”. Por lo tanto, ayudar al suicidio es “una colaboración indebida a un acto ilícito”. El acto eutanásico sigue siendo inadmisible, aunque la desesperación o la angustia puedan disminuir e incluso hacer insustancial la responsabilidad personal de quienes lo piden. “Se trata, por tanto, de una elección siempre incorrecta” y el personal sanitario nunca puede prestarse “a ninguna práctica eutanásica ni siquiera a petición del interesado, y mucho menos de sus familiares”. Las leyes que legalizan la eutanasia son, por lo tanto, injustas. Las súplicas de los enfermos muy graves que invocan la muerte “no deben ser” entendidas como “expresión de una verdadera voluntad de eutanasia”, sino como una petición de ayuda y afecto.
»Las leyes que aprueban la eutanasia “no crean ninguna obligación de conciencia” y “establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia”. El médico “no es nunca un mero ejecutor de la voluntad del paciente” y siempre conserva “el derecho y el deber de sustraerse a la voluntad discordante con el bien moral visto desde la propia conciencia”. Por otra parte, se recuerda que “no existe un derecho a disponer arbitrariamente de la propia vida, por lo que ningún agente sanitario puede erigirse en tutor ejecutivo de un derecho inexistente”».
Los derechos del enfermo moribundo
El derecho a una muerte digna incluye:
1. El derecho a no sufrir inútilmente.
2. El derecho a que se respete la libertad de su conciencia.
3. El derecho a conocer la verdad de su situación.
4. El derecho a decidir sobre sí mismo y sobre las intervenciones a que se le haya de someter.
5. El derecho a mantener un diálogo confiado con los médicos, familiares, amigos y sucesores o compañeros en el trabajo.
6. El derecho a recibir asistencia espiritual.
Valoración moral
La eutanasia (salvas las excepciones de la distanasia y la eutanasia lenitiva, que no son propiamente eutanasias) está comprendida en la calificación moral del homicidio y del suicidio directos. Concretamente, según las diversas modalidades, puede ser: solo suicidio, solo homicidio, o suicidio y homicidio al mismo tiempo (suicidio asistido u homicidio consentido).
1) Cuando es solo suicidio pueden darse casos de moralidad subjetivamente atenuada por la desesperación y por perturbaciones psicológicas producidas por ciertas enfermedades terminales. Evidentemente, esto ocurre siempre que se den alguno de los impedimentos del acto humano (ignorancia de la malicia del acto, enfermedad psicológica, etc.).
2) Cuando se trata de suicidio asistido, aun mediando «razones de piedad», se añade a veces el agravante de los lazos de parentela de quien asiste positivamente o consiente al suicidio del moribundo, o las obligaciones de justicia y deontología de quienes lo practican (médicos, enfermeros, etc.): «La eutanasia… debe considerarse como una falsa piedad, más aún, como una preocupante “perversión” de la misma. En efecto, la verdadera “compasión” hace solidarios con el dolor de los demás, y no elimina a la persona cuyo sufrimiento no se puede soportar. El gesto de la eutanasia aparece aún más perverso si es realizado por quienes —como los familiares— deberían asistir con paciencia y amor a su allegado, o por cuantos —como los médicos—, por su profesión específica, deberían cuidar al enfermo incluso en las condiciones terminales más penosas».
3) Cuando se trata solo de homicidio, la eutanasia presenta características particularmente agravantes y repugnantes: el cinismo de desembarazarse de los seres juzgados «sin valor», la negativa de prestar servicio al que sufre, el pecado contra la justicia propio de todo homicidio, la calidad de indefenso del enfermo. Dice la Evangelium vitae: «La opción de la eutanasia es más grave cuando se configura como un homicidio que otros practican en una persona que no la pidió de ningún modo y que nunca dio su consentimiento. Se llega además al colmo del arbitrio y de la injusticia cuando algunos, médicos o legisladores, se arrogan el poder de decidir sobre quién debe vivir o morir. Así, se presenta de nuevo la tentación del Edén: ser como Dios, conocedores del bien y del mal (Gn. 3, 5). Sin embargo, solo Dios tiene el poder sobre el morir y el vivir: Yo doy la muerte y doy la vida (Dt. 32, 39; cf. 2 R. 5, 7; 1 S. 2, 6). El ejerce su poder siempre y solo según su designio de sabiduría y de amor. Cuando el hombre usurpa este poder, dominado por una lógica de necedad y de egoísmo, lo usa fatalmente para la injusticia y la muerte. De este modo, la vida del más débil queda en manos del más fuerte; se pierde el sentido de la justicia en la sociedad y se mina en su misma raíz la confianza recíproca, fundamento de toda relación auténtica entre las personas».
Por todo esto, hay que decir que la eutanasia es un pecado:
1º Contra la sacralidad de la vida y contra el señorío divino. Con la eutanasia, el hombre se proclama señor de la vida y de la muerte de sus semejantes: «Reivindicar el derecho al aborto, al infanticidio, a la eutanasia, y reconocerlo legalmente, significa atribuir a la libertad humana un significado perverso e inicuo: el de un poder absoluto sobre los demás y contra los demás. Pero esta es la muerte de la verdadera libertad: En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo (Jn. 8, 34)».
2º Contra el sentido del dolor y de la muerte.
3º Contra la tarea esencial de la medicina: «para un médico, el único éxito profesional es curar».
4º Contra la absoluta indisponibilidad de la vida humana.

Dice san Juan Pablo II en la Evangelium vitae: «Hechas estas distinciones, de acuerdo con el Magisterio de mis Predecesores y en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. Semejante práctica conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o del homicidio».
Para la ciencia médica, la eutanasia marca «un momento de decadencia y de abdicación, además de una ofensa a la dignidad del moribundo y a su persona». Su perfil, como «ulterior arribo de muerte después del aborto», debe ser tomado como una «dramática llamada» a la fidelidad efectiva y sin reservas hacia la vida.
Si se llaman las cosas por su nombre, eutanasia significa dar muerte a quien todavía está vivo. Una muerte programada por el médico que, por vocación y profesión, es ministro de la vida.

La eutanasia contradice el principio fundamental de indisponibilidad del derecho a la vida, derecho que pertenece solo a Dios.
Compartir la intención suicida de otro y ayudarlo a realizarla mediante el llamado «suicidio asistido», significa hacerse colaborador y algunas veces autor, en primera persona, de un acto injustificable, ni siquiera cuando este le fuera pedido.
El «suicidio asistido» decidido y practicado por el personal sanitario, por más que sea consentido por las leyes del estado, es siempre:
– un crimen contra la vida de la persona humana,
– una abdicación de la ciencia médica,
– una aberración jurídica.
La lógica efectiva de la eutanasia es esencialmente egoísta e individualista, y, en cuanto tal, contradice la lógica de la solidaridad y la confianza recíproca, sobre la que se apoya toda forma de convivencia.
En el individuo no existe el derecho a decidir el momento de la propia muerte: no existe el derecho a una elección entre la vida y la muerte.
En cambio, se debe hablar de un derecho a morir bien, serenamente, es decir, evitando sufrimientos inútiles. Eso coincide con el derecho a ser curado y asistido con todos los medios ordinarios disponibles, sin recurrir a curaciones peligrosas o demasiado gravosas, y con la exclusión de todo ensañamiento terapéutico. El derecho a morir con dignidad no coincide en absoluto con el supuesto derecho a la eutanasia, la cual, en cambio, es un comportamiento esencialmente individualista y rebelde.
La eutanasia nace de una ideología que reivindica al hombre el pleno poder sobre la vida y, por consiguiente, sobre la muerte; una ideología que confía absurdamente a un ser humano el poder de decidir quién debe vivir y quién no (eugenesia).
Es una vía de escape de frente a la angustia de la muerte (vista como inútil y sin sentido…); es un atajo que no da ningún sentido al morir, ni confiere dignidad al moribundo; es una estrategia de desplazamiento; el hombre que cae como víctima del miedo e invoca la muerte, aun sabiendo que es una derrota y un acto de extrema debilidad.
A veces también es vista como un modo de contener los costos, sobre todo en relación a los enfermos terminales, dementes, ancianos débiles e improductivos…, pesos para sí mismos, para sus familiares, para los hospitales y para la sociedad,
Quien quiere morir deja una marca en nosotros, porque el renunciar a vivir es también culpa nuestra.
En cuanto a la idea que según el catolicismo hasta un minuto más es también importante, se debe pensar cuantas veces el último minuto de vida cambió el sentido de toda la existencia de una persona. Incluso puede suceder que sea el último momento el único con sentido. Por esto, vivir en una sociedad donde todos hacen lo posible para ayudar a vivir, es mejor que vivir en una sociedad donde se sabe que, si en un cierto momento uno se abandona, todos le abandonan.

Además, la eutanasia plantea una serie de angustiosos interrogantes, que ninguno podría darles respuesta en caso de que sea legalizada. Estos son algunos: ¿En base a qué criterios un sujeto puede ser considerado «destruido por el dolor»? ¿Cómo el estado puede determinar la intensidad del sufrimiento que se requiere para legitimar la eutanasia? ¿Y quién está autorizado para decidir por el sí o por el no: el médico o también un amigo o familiar? ¿Quién garantiza que la «muerte dulce» es efectivamente decidida para poner fin a un sufrimiento considerado intolerable y no por alguna otra razón, tal vez por intereses inconfesables (por ejemplo, de índole económica)?
El interrogante más importante, que concierne a todo problema relativo a la vida, es este: ¿la vida del hombre es una realidad disponible que puede ser usada por los hombres o más bien es una realidad de la que no se puede disponer? Este interrogante conduce a una pregunta aún más radical: ¿el hombre pertenece a sí mismo o pertenece a otro?
La conclusión es que no se pueden considerar como valores positivos el sufrir y, sobre todo, el morir. Entonces, el sufrir y el morir deben ser eliminados. En una cultura, que adora y sirve como sus ídolos el tener, el poder y el placer, no pueden sentirse en casa los sufrientes y los moribundos. ¿No es lógico, entonces, en esta visión del hombre, pedir e insistir en que venga legalizada la eutanasia?
La visión cristiana de la existencia es la de Dios que crea al hombre a su imagen y semejanza. Se trata de una dependencia, de una relación, que hacen existir al hombre, que dan al hombre su mismo ser. Se sigue que el hombre en todo su ser y existir, en su vida, en su sufrimiento, en su muerte, no se pertenece a sí mismo, sino a Dios. Entonces la vida y la muerte son propiedad de Dios, porque el hombre como tal es propiedad de Dios, en el sentido liberador y exaltador del término.
Si la vida es un gran bien, es lícita, incluso es obligatoria la lucha contra la enfermedad y contra el dolor. Nosotros los creyentes no estamos por un victimismo. La vocación del hombre no es al sufrimiento; Dios destina al hombre a la alegría. Es necesario luchar con todas nuestras fuerzas contra la enfermedad y el dolor. Nosotros los creyentes no estamos por un victimismo. La vocación del hombre no es al sufrimiento; Dios destina al hombre a la alegría.
Es lícito y necesario morir de manera humana; en la medida de lo posible, la muerte debe ser digna del hombre, conocida, acogida responsablemente, tal vez hasta con fatiga, con sacrificio; como somos responsables en los diversos momentos de la vida, tampoco la muerte debería ser una algo que sucede, sino algo que se vive. Paradójicamente, se dice que es necesario aprender a vivir la propia muerte.

En una intervención de san Juan Pablo II en la Universidad Católica del Sagrado Corazón, al término de una semana de estudio sobre el tema de la vida ante el dolor, la vejez y la eutanasia, el Papa dijo lo siguiente: «El compromiso que se impone a la comunidad cristiana en este contexto socio-cultural es más que una simple condena de la eutanasia o el simple intento de obstaculizarle el camino hacia una eventual legalización; el problema de fondo es cómo ayudar a los hombres de nuestro tiempo a tomar conciencia de la inhumanidad de ciertos aspectos de la cultura dominante y a redescubrir los valores más preciosos por ella ofuscados. El perfilarse de la eutanasia, como un nuevo puerto de muerte luego del aborto, debe ser tomado como un dramático llamado a todos los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad a moverse con urgencia para promover con todos los medios una verdadera opción cultural de nuestra sociedad», es decir la cultura de la vida.
La controversia sobre la eutanasia
En estos últimos años, la controversia sobre la eutanasia ha salido del escenario tradicional de episodio dramático provocado por sufrimientos insoportables y terminado con un gesto de compasión inverosímil.
Hoy día se propone sobre todo como una elección (death by choice) y se pretende su reconocimiento como expresión del pluralismo, o como una alternativa impuesta por los cambios en la asistencia sanitaria, o como una exigencia de respeto a la voluntad y a la autonomía de quien prefiere la muerte a la vida.
Legalizar la eutanasia significa no solo eliminar las sanciones legales, sino sobre todo predisponer estructuras y procedimientos sanitarios que la hagan «accesible y segura» para todos.
Como ya ha sucedido con el aborto, una ley tolerante ofrecería una solución permisiva incentivando una costumbre inhumana en perjuicio de otras soluciones éticamente más justas.
Los partidarios de la eutanasia se han dado cuenta de que era necesario volver a definir el papel del médico para que no sea él, sino el paciente, el que disponga la acción letal. Se han acercado así a la noción de suicidio.

De esta forma, el concepto tradicional, pero ambiguo, de mercy killing (eutanasia) está cediendo el paso al más racional y engañoso de «suicidio asistido».
El concepto de «suicidio asistido» se sitúa a medio camino entre el suicidio y la eutanasia voluntaria, que presuponen la clara voluntad de morir por parte del sujeto.
El concepto de suicidio asistido deja muchos interrogantes abiertos. No es creíble que, como en el caso del aborto, una eventual legislación pueda servir solamente a quienes libremente quieran hacer uso de esta. Cualquier ciudadano correría el riesgo de «ser suicidado».
¿Cómo impedir que no se convierta en el subterfugio de una engañosa eutanasia involuntaria dirigida a eliminar a los disminuidos? ¿Por qué razón un médico no debería considerarse autorizado a llevarla a cabo en casos extremos incluso prescindiendo de la voluntad del paciente?
El quinto mandamiento prohíbe, como gravemente contrarios a la ley moral: el homicidio directo y voluntario y la cooperación al mismo; el aborto directo, querido como fin o como medio, así como la cooperación al mismo, bajo pena de excomunión, porque el ser humano, desde el instante de su concepción, ha de ser respetado y protegido de modo absoluto en su integridad; la eutanasia directa, que consiste en poner término, con una acción o una omisión de lo necesario, a la vida de las personas discapacitadas, gravemente enfermas o próximas a la muerte; el suicidio y la cooperación voluntaria al mismo, en cuanto es una ofensa grave al justo amor de Dios, de sí mismo y del prójimo, por lo que se refiere a la responsabilidad, esta puede quedar agravada en razón del escándalo o atenuada por particulares trastornos psíquicos o graves temores.

La encíclica Evangelium vitae, en su número 52, nos dice que «nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo».
La eutanasia es un acto criminal y homicida, pero si se hace además en contra de la voluntad del paciente, se trata de algo todavía peor. El crimen es crimen, se haga físicamente o desde un sillón parlamentario, o desde un despacho, como hacía Heinrich Himmler, siendo por cierto los nazis pioneros en la eutanasia.
La realidad de la eutanasia y del suicidio asistido muestran en toda su crudeza la precariedad del valor de la vida humana cuando el hombre prescinde voluntariamente de Dios. Son el fruto maduro de una sociedad secularizada y paganizada, donde la vida carece de sentido en sí misma, solo vale el goce que pueda producir.
No puede ser de otro modo. Si no se acepta el carácter sagrado de la vida y no se la respeta en todas sus manifestaciones, entonces la sociedad —o la cultura dominante— se erige en juez supremo y dictamina qué tipo de vida merece la pena ser respetada.

La vida humana es un don, es algo precioso que nos es dado, que recibimos gratuitamente de Dios a través de nuestros padres. En el camino de la vida adquirimos la conciencia de ser personas y también sujetos individualizados e irrepetibles. Desde el punto de vista cristiano, estamos hechos a imagen y semejanza de Dios; nuestra vida procede del Ser Supremo y, por la creación, somos verdaderamente sus hijos. Esta filiación es elevada sobrenaturalmente por el sacramento del bautismo, que nos asocia a Jesucristo con una nueva creación y un nuevo amor.