Por su claridad y lucidez, doy voz en esta firma a Pedro Abelló, quien reflexionó en ForumLibertas, diario digital católico, sobre el concepto de persona.

 

 

Trece anotaciones para intentar definir lo que es una gran aportación del cristianismo a nuestra civilización y que Santo Tomás precisa como “sustancia individual de naturaleza racional”. Algunas citas de Tomás Spidlík ilustran parte de los contenidos

 

 

1.     Naturaleza espiritual

La persona no nace, sino que es creada: a diferencia del individuo, que es una unidad dentro de la especie, engendrada biológicamente, sujeta a la muerte, la persona es creada por Dios.

La persona representa el culmen o aspecto más elevado de la creación: por el mismo motivo, es también el centro de la creación, aquello a través de lo cual la creación debe alcanzar su última finalidad.

La persona está constituida por el espíritu, lo que la sitúa por encima del orden natural: si no fuese así, el valor de la persona desaparece y solo queda el individuo biológico. El valor de la persona se sitúa por encima de cualquier generalidad, sea esta el Estado, la nación, la humanidad o cualquier otra, y no puede situarse en su mismo plano.

El hombre es al mismo tiempo individuo y persona: el conflicto radical del hombre proviene de su doble condición de individuo (ser natural) y persona (ser espiritual). Su afirmación como persona depende de que esta prevalezca sobre el individuo, de que el espíritu prevalezca sobre la naturaleza.

La persona es la imagen del Dios personal: “¿En qué consiste la grandeza del hombre? Los Padres son unánimes: es hombre, es imagen de Dios. Tal es su verdadera ‘naturaleza’, naturaleza de ser divinizado (…) El hombre es ‘persona’, imagen del Dios personal; un privilegio que sobrepasa la simple cuestión de la ‘naturaleza’” (Spidlík, L’Idée russe).

La persona es una categoría espiritual unida a Dios: “Al igual que en Dios, en la persona humana hay que distinguir también entre la naturaleza y la persona (…) La hipóstasis, persona, es el rostro espiritual del hombre; es por ello antitética a laousia. Y es esa antítesis lo que crea el dinamismo de la vida interior (…) La persona puede pues ser definida como ‘categoría espiritual unida a Dios’. Se distingue de ese modo del individuo, categoría biológica sometida a la naturaleza” (Spidlík, L’Idée russe).

2.     Libertad

La libertad y el amor son los elementos constitutivos de la persona: “La libertad y el amor, elementos constitutivos de la persona, son inaprensibles por medio de categorías racionales (…) El hombre, en su realidad concreta, forma parte del cosmos y de la sociedad, cuyos condicionamientos lo ponen constantemente en peligro de ser cosificado, objetivado. Sin embargo, como persona se arraiga en el más allá, en el infinito, y no solo escapa entonces a la sociedad y al universo, sino que los engloba y los marca con su genio creador. Lejos de que la persona sea una parte del universo, es el universo lo que es una parte, una dimensión, de la persona, cualificado por ella” (Spidlík, L’Idée russe).

3.     Centralidad

La centralidad con relación al cosmos: en tanto que realidad espiritual, de la que Dios es verdadero principio y fundamento ontológico, la persona es —como se ha dicho antes— centro de la creación, aquello por lo cual la creación cumple su finalidad.

La centralidad con relación al ser: la persona es el centro que permanece a través de todos los cambios que el ser atraviesa en su peregrinaje hacia Dios. Ese centro encierra el gran misterio de la inmanencia y la trascendencia divinas, que Santo Tomás describe así: “Tú eres más interior a mí mismo que mi propia interioridad, y estás por encima de lo más alto de mí mismo”. En ese centro profundo del ser puede el hombre reencontrar a Dios.

4.     Unicidad/Inaprensibilidad

La persona supone integridad y unidad: la persona es el principio que integra todos los aspectos del ser y los lleva a la unidad. Tal integración no está realizada de antemano, sino que supone la tarea que el ser debe realizar, dominando sus elementos inferiores y constituyendo así su personalidad. La persona une inteligencia y voluntad, conocimiento y libertad, para la realización de esa tarea.

La persona no es parte, sino todo: en tanto que el individuo es parte de un todo, la persona, como categoría espiritual, no es parte, sino totalidad en sí misma; no es aplicable a la persona el concepto de parte, puesto que el espíritu no es un compuesto.

La persona es indeterminable e inaprensible: así como el individuo, en su realidad biológica, es perfectamente determinable, la persona, como realidad espiritual, es inaprensible. Podemos observar al ser, pero la persona no se muestra a la observación; permanece, por así decirlo, “detrás” del ser operante. El espíritu no se sujeta a la observación y al análisis de la razón, porque supera infinitamente toda categoría racional. La persona, inalcanzable en sí misma, se revela a través de su acción.

5.     Singularidad

La persona es única, irrepetible: cada persona es única e irrepetible, y en ello se fundamenta su valor eterno. Cada hombre es un valor absoluto en sí mismo, distinto de todos los demás, único e inimitable; de ahí su dignidad inalienable y su valor insustituible.

6.     Condición de sujeto y soporte del ser

La persona es el sujeto que sostiene al ser: la persona “lleva” y sostiene al ser en todas sus operaciones, en todas sus acciones y manifestaciones. Es aquello a través de lo cual el ser actúa.

La persona no es algo “añadido” al ser: el hombre se compone de cuerpo y alma, o de cuerpo, alma y espíritu, si consideramos a este último como esa “punta fina” del alma capaz de “rozar” la divinidad. La persona no es algo que se añade a ese conjunto, sino el conjunto mismo, en la medida en que está centrado en su sujeto, en la propia persona como sujeto y portador del ser en su conjunto, al que centra y unifica.

7.     Dinamismo/Autosuperación

La persona no es algo dado, sino un proceso de auto-construcción: la persona se construye a sí misma mediante la profundización en su propio principio espiritual; no es algo ya realizado, sino una tarea a realizar, a fin de llevar a término el proyecto que Dios ha iniciado al crear esa persona. La persona es un proyecto de Dios que debe auto-realizarse.

La naturaleza de la persona es dinámica: la persona es espíritu y, por tanto, energía creadora; debe poner en juego esa energía creadora para romper su estado de aislamiento y alcanzar el mundo divino.

La persona es superación de uno mismo: la persona se construye superando aquello que hay de únicamente natural en el ser, su individualidad; es la superación de uno mismo.

8.     Virtualidad/Potencialidad

La persona es, en principio, potencialidad: el carácter dinámico de la persona y su condición de proyecto o tarea a realizar implican el paso de la potencia al acto. La persona es pura potencialidad del ser, que debe llegar a ser acto. El individuo pertenece a la naturaleza; la persona está por encima de la naturaleza. Pasar de la potencia al acto implica romper la dependencia, la subordinación a la naturaleza del individuo.

9.     Sinergismo

La persona es creada por Dios, pero “terminada” por el hombre: en la medida en que la persona es una “tarea a realizar”, una potencialidad que debe llegar a ser acto, puede decirse que es fruto de la sinergia entre la acción de Dios y la del hombre en uso de su libertad. Su existencia implica crecimiento, desarrollo y, al mismo tiempo, sacrificio, puesto que ese crecimiento se sustancia mediante el sacrificio de lo que hay de natural en el hombre y su subordinación al espíritu.

10. Universalidad

La persona es irreductible al individuo: la existencia de la persona implica salir de la individualidad e incardinarse en el espíritu, cuya naturaleza comporta universalidad. La persona no es separable del resto de las personas, ni tampoco del resto de seres que constituyen la creación. La persona, en su universalidad, es solidaria con la creación entera y se vincula a toda ella en todos sus aspectos, hasta el punto de que la creación entera depende de la persona para alcanzar su última finalidad. Salir de la individualidad no implica dejarla atrás, sino reabsorberla, integrarla y unificarla en ese centro personal, como se ha dicho más arriba.

11. Relacionalidad

La persona implica al “otro”: no hay persona si no hay “otro”, otro al cual se ama, por el cual la persona se sacrifica, hacia el cual tiende. La persona no existe sin una relación de amor-sacrificio-tendencia. La persona no existe confinada en sí misma, porque ese confinamiento es antagónico con su naturaleza espiritual. La persona es relación.

El amor que crea relaciones es parte de la formación de la persona: “El amor que crea relaciones es parte de la formación de la persona humana (…) ‘Yo’ y ‘nosotros’ (…) son las primeras categorías del ser personal. El ‘yo’ es imposible si no se opone al ‘tú’, pero esa oposición es superada en el ‘nosotros’” (Spidlík, L’Idée russe).

La persona está constituida por relaciones libres, que se extienden a todo el cosmos creado: “La persona está constituida por relaciones libres, y el primer fundamento de nuestras relaciones con los seres es conocerlos (…), uniendo por medio del amor al sujeto cognoscente con los objetos conocidos (…) Las relaciones que constituyen la persona se extienden a todo el cosmos creado. Este es para el hombre palabra de Dios, revelación, objeto de la ‘contemplación natural’. Pero, por otra parte, el hombre no se siente únicamente espectador exterior de esa realidad cósmica, sino que se siente incluido en el interior de la misma realidad que percibe como ‘total-unidad’ orgánica y viva. No es un microcosmos en el sentido de los antiguos griegos, sino que es más bien un macrocosmos, una persona que engloba el universo para comunicarle la gracia” (Spidlík, L’Idée russe).

12. Autonomía

La persona es soberana y autónoma con relación a la naturaleza: el individuo está sometido a la naturaleza; no así la persona. Si lo estuviese, su libertad no existiría. La libertad implica dominio de la acción y plena responsabilidad por sus consecuencias. La voluntad, afirmación de sí mismo, y su libre ejercicio, es lo que revela más directamente a la persona. Como decíamos, la persona se revela a través de su acción, que es acción libre, soberana y autónoma.

13. Naturaleza sacrificial

La persona implica sacrificio: hemos visto que la persona no existe confinada en sí misma, sino abierta a los demás, y esa apertura es necesariamente sacrificial, puesto que implica romper la barrera y la “protección” de la individualidad para entregarse al otro, para poner al otro y al bien del otro por encima y por delante de uno mismo y del propio bien. El individualismo es antagónico con la persona porque la aísla y la ahoga en ese aislamiento.

La persona debe realizar su propia “kenosis”: “En la vida Trinitaria, el Padre se comunica totalmente al Hijo y el Hijo se ‘evacua’ (Ph 2,7) por amor a los hombres. Por ello, si la persona humana, para ser tal, debe llegar a ser ‘agápica’, debe también realizar su propia ‘kenosis’” (Spidlík, L’Idée russe).

 

(Fuente: ForumLibertas, http://www.forumlibertas.com/)

 

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