Autoestima, confianza en uno mismo, seguridad, fortaleza ante las presiones sociales… ¿quién osaría desdeñar estos dones para uno mismo y especialmente para aquellos a quienes tanto queremos?
Sin embargo, muchas veces no somos conscientes de que disponemos de una táctica a nuestro alcance que reúne una serie de resultados para nada desdeñables. Increíblemente fructífera, aplicable a pequeños y experimentados, sencilla de aplicar pero no por ello menos profunda… y además, ¡gratuita!. Les estoy hablando ahora del “arte del elogio”.
No puedo imaginar nada más entrañable para uno mismo que el acostarse cada noche habiendo recibido al menos un elogio. “Pero si el día ha estado lleno de desavenencias…”, es igual, “cuánto vales”. “Pero si te he fallado…”, no importa, “percibo tu esfuerzo y sé que vas bien”.
No sé a ustedes, pero a mí me vienen de inmediato unas ganas de mejorar… como si me salieran alas de repente para hacerme digna de ese elogio que no esperaba. Ahora soy más capaz de comprender que realmente se me aprecia por lo que soy, no por lo que aporto. Ahora lo percibo realmente, con una claridad tan diáfana con la que no pueden competir las palabras.
Y uno se siente valioso, y gozoso, porque a pesar de su caudal de fallos, hay alguien que le elogia; perdón, rectifico. No a pesar de mis fallos, sino ¡junto con ellos!
Avanzando en este artículo, nos acabamos de topar de frente con el amor desinteresado, que bien podría considerarse en estos días como algo casi indecente al no recibir nada a cambio.
Y en este punto, no puedo evitar hacer referencia a la familia, lugar por excelencia donde uno es apreciado y querido por sí mismo; no consigo encontrar un concepto que defina mejor a la realidad familiar. “Es decir, que yo me equivoco y yerro, ¿y tú además tienes un elogio diferente cada noche para mí?” Sí, por ahí vamos…
El “arte del elogio” requiere por nuestra parte un plus de originalidad, ya que a la par que sinceros han de ser variados, cada vez más novedosos. ¡Y ahora viene la sorpresa!
En ese ejercicio diario de buscar algo bueno en el actuar del otro, de forma que nuestros elogios no caigan en la rutina, acabaremos descubriendo agradablemente la cantidad ingente de virtudes de las personas a nuestro alrededor, virtudes que nos están pasando tristemente desapercibidas ante una mirada cansada y habituada a magnificar los defectos.
¿Cabe mayor fruto? Servidora no tiene la menor duda. ¡A elogiar!