¡Nulla dies sine línea!
«Gástese la primera estancia del bello vivir en hablar con los muertos [los libros]; nacemos para saber, y los libros con fidelidad nos hacen personas.»
Como anillo al dedo puedo utilizar este dicho de Baltasar Gracián. Una vida aprovechada en plenitud ha de contar con el disfrute y la aventura de la lectura. No lectura indiscriminada, hablo de esa buena lectura… Y cuántas veces una buena lectura no habrá cambiado el destino de hombres y mujeres, y sin ir más lejos, nuestro horizonte.
La aventura de leer, sí, para después… escribir. ¿Y por qué no?
Cómo podremos sino crear, recrear con nuestro estilo único el aire o transformar y hacer girar este mundo ¿Por qué no, querido lector? Que la buena escritura tiene su base en esa actividad silenciosa, serena e íntima que usted y yo saboreamos a menudo.
Recordemos las palabras de “La boda de Ángela”, de José Jiménez Lozano: “Si quieres ser escritor —decía papá—, tienes que vivir, primero, mucho tiempo con los muertos. Y, después, guardar silencio muchos años. O siempre. Ya verás.»
Este silencio íntimo se genera en una mente ejercitada por la concentración y se completa en una imaginación fecunda. Imaginación profundamente alimentada cada vez que nuestra mente “echa a volar” en la limpia lectura, viviendo y recreando cada palabra, exprimiendo toda su gama de sabores.
Para asegurarnos el empuje necesario no menospreciemos la importancia de lo sencillo, de lo simple – simple sólo en apariencia –. Estoy hablando de los detalles. Son estos pequeños detalles los que puedan transformar lo ordinario en sublime; no son insignificantes. Son la esencia de una obra maestra de la escritura. No caigamos en la ingenuidad de olvidar que lo grande está compuesto por una multitud de “pequeñeces” bien engarzadas. Y es que quizás si despreciamos el detalle en el intento de abarcarlo todo, realmente no queremos ver. Ya lo decía Cajal, que ‘no hay cuestiones pequeñas; las que lo parecen son cuestiones grandes no comprendidas’.
Lectura al detalle como trayectoria vital, silencio y reflexión, creación y recreación, belleza de lo simple…. Y que todo ello nos impulse y nos deslice por la pendiente de la aventura de escribir, ilusionados como niños por la capacidad de modificar el estado de las cosas, por la capacidad de transformar lo establecido.
Querido lector y – por qué no- incipiente escritor, ya ve que estamos más allá de una cuestión de mera evasión o de serena intimidad. Qué posibilidad de hacernos contemporáneos los unos con los otros… Admirable. Qué gran responsabilidad, qué gran goce.
Y es que también a través de la escritura nos adentramos en la anhelada intimidad creativa… de otra manera, ¿cómo podrían fluir las palabras? Es un taller de transformación y, por qué no, de alivio interior. Pienso que con la lectura de un buen libro y con nuestros titubeos con las letras puede nuestra interioridad sentirse interpelada, como si estas letras nos dijeran algo y nuestra alma escuchara.
Silencio, detalle, lectura, escritura… actos que nos impulsan, nos elevan de lo ordinario. En ese ejercicio intelectual a la par que intimista encontramos una capacidad de mejora esencial a la naturaleza humana.
Por algo somos personas – de la misma estirpe que el Creador, no me canso de recordármelo –, por lo que nunca nos daremos por satisfechos en el camino del crecimiento y de la subida. No nos engañemos: lo que no hace falta, sobra. Lo que no suma, resta. Radicalidad que nos permite respirar hondo, y ser más.
Así que… nulla dies sine línea!