Un escrito de Alfonso López Quintás
(Fuente: C.net)
Las personas, cuando tienen ideales valiosos, convicciones éticas sólidas, voluntad de desarrollar todas las posibilidades de su ser, tienden a unirse entre sí solidariamente.
El manipulador y sus fines
Es muy importante determinar con precisión quién manipula, porque a menudo se confunde al manipulador con el guía. Un padre de familia me dijo en una ocasión: «Yo a mi niño no le hablo de valores —éticos, estéticos, religiosos…—, porque no quiero manipularlo. Cuando sea mayor, que elija él libremente». Hablar de valores a un niño significa ayudarle a acercarse al área de irradiación de tales valores. Todo valor irradia en su torno una especie de aura de prestigio, porque todo valor se hace valer; no solo existe, pide que se lo realice. Tiene poder de apelación y de persuasión porque aspira a ser realizado. Poner a un niño en la cercanía de los valores a fin de que sienta su atracción y los asuma en su vida no es manipularlo, sino guiarlo. Este tipo de magisterio es una de las actividades más nobles y fecundas de la vida humana. Está años luz por encima de la artera función manipuladora.
Manipula el que quiere vencernos sin convencernos; intenta seducirnos para que aceptemos lo que nos ofrece sin darnos razones. El manipulador no habla a nuestra inteligencia, no respeta nuestra libertad; actúa astutamente sobre nuestros centros de decisión a fin de arrastrarnos a tomar las decisiones que favorecen sus propósitos.
La manipulación comercial
Si un comerciante nos canta las excelencias de un coche debido a las notables prestaciones que puede darnos, por ejemplo, en cuanto a seguridad, ejerce función de guía y nos ayuda a realizar una buena compra. Al hacerlo, habla a nuestra inteligencia y deja a salvo nuestra libertad. No es, por tanto, un manipulador.
Lo es, en cambio, el que no habla a nuestra inteligencia y solo pretende seducirnos con imágenes y palabras fascinantes. El que nos seduce y fascina ejerce un poder de arrastre sobre nosotros. En un anuncio televisivo se presentó un coche lujoso. En la parte opuesta de la pantalla apareció enseguida la figura de una joven bellísima, que no dijo una sola palabra, ni hizo el menor gesto; mostró sencillamente su imagen encantadora. De pronto, el coche comenzó a rodar por paisajes exóticos, y una voz nos susurró amablemente al oído: «¡Entrégate a todo tipo de sensaciones!». En ese anuncio no se aduce razón alguna para elegir ese coche en vez de otro. Se entrevera su figura con la de realidades atractivas para millones de personas y se las envuelve a todas en el halo de una frase llena de adherencias sentimentales. De esta forma, el coche queda aureolado de prestigio. Cuando vayas al concesionario de coches, te sentirás llevado a elegir este. Y te lo facilitarán, pero no la señorita. En realidad, nadie te había prometido que, si comprabas el coche, te darían la posibilidad de tratar a esa joven. (Eso hubiera supuesto hablar a tu inteligencia, y, aunque hubiera sido una propuesta muy cuestionable en el aspecto ético, no hubiera significado una manipulación). Se limitaron a influir sobre tu voluntad de forma oblicua, artera. No te han engañado; te han manipulado, que es una forma sutil de engaño. Han halagado tu apetito de sensaciones gratificantes a fin de orientar tu voluntad hacia la compra de ese producto, no para complacerte o ayudarte a desarrollar tu personalidad. Te han reducido a mero cliente. Esa forma de reduccionismo es la quintaesencia de la manipulación.
El manipulador es un especialista en seducir, fascinar, encandilar. La persona encandilada recibe al principio una gran luz, que parece prometerle todo. Pero inmediatamente ese exceso de luz la ciega. Si se decide a aceptar lo que la encandila se arriesga a equivocarse. En cambio, el que enamora a otra persona con algo no intenta seducirla ni encandilarla; le ofrece sencillamente algo valioso y espera a que le sea aceptado libremente. El encanto del enamoramiento es que se realiza de forma inteligente y libre, sin ninguna forma de coacción, ni siquiera la de guante blanco del manipulador avezado.
La manipulación ideológica
La manipulación comercial suele ir unida con otra mucho más peligrosa todavía: la manipulación ideológica, que impone ideas y actitudes de forma solapada, merced a la fuerza de arrastre de ciertos recursos estratégicos. Así, la propaganda comercial difunde, a menudo, la actitud consumista y la hace valer bajo pretexto de que el uso de tales o cuales artefactos es signo de alta posición social y de progreso. Un anuncio de un coche lujoso repetía hasta veinte veces la palabra «señor»: «Un señor como Vd. debe utilizar un coche como este, que es el señor de la carretera. Enseñoréese de sus mandos y siéntase señor…».
Cuando se quieren imponer actitudes e ideas referentes a cuestiones básicas de la existencia —relativas a la política, la economía, la ética, la religión…—, la manipulación ideológica adquiere suma peligrosidad. Por «ideología» suele entenderse actualmente un sistema de ideas esclerosado, rígido, que no suscita adhesiones por carecer de vigencia y, por tanto, de fuerza persuasiva. Si un grupo social lo asume como programa de acción y quiere imponerlo a ultranza, solo tiene dos recursos: 1) la violencia, y aboca a la tiranía; 2) la astucia, y recurre a la manipulación. Las formas de manipulación practicadas por razones «ideológicas» suelen mostrar un notable refinamiento, ya que son programadas por profesionales de la estrategia (1).
Para qué se manipula
La manipulación responde, en general, a la voluntad de dominar a personas y grupos en algún aspecto de la vida y dirigir su conducta. La manipulación comercial quiere convertirnos en clientes, con el simple objetivo de que adquiramos un determinado producto, compremos entradas para ciertos espectáculos, nos afiliemos a tal o cual club… El manipulador ideólogo intenta modelar el espíritu de personas y pueblos a fin de adquirir dominio sobre ellos de forma rápida, contundente, masiva y fácil. ¿Cómo es posible dominar al pueblo de esta forma? Reduciéndolo de comunidad a masa.
Las personas, cuando tienen ideales valiosos, convicciones éticas sólidas, voluntad de desarrollar todas las posibilidades de su ser, tienden a unirse entre sí solidariamente y estructurarse en comunidades. Debido a su interna cohesión, una estructura comunitaria resulta inexpugnable. Puede ser destruida desde fuera con medios violentos, pero no dominada interiormente por vía de asedio espiritual. Si las personas que integran una comunidad pierden la capacidad creadora y no se unen entre sí con vínculos firmes y fecundos, dejan de integrarse en una auténtica comunidad; dan lugar a un montón amorfo de meros individuos: una masa. El concepto de masa es cualitativo, no cuantitativo. Un millón de personas que se manifiestan en una plaza con un sentido bien definido y sopesado no constituyen una masa, sino una comunidad, un pueblo. Dos personas, un hombre y una mujer, que comparten la vida en una casa, pero no se hallan debidamente ensambladas forman una masa. La masa se compone de seres que actúan entre sí a modo de objetos, por vía de yuxtaposición o choque. La comunidad es formada por personas que ensamblan sus ámbitos de vida para dar lugar a nuevos ámbitos y enriquecerse mutuamente.
Al carecer de cohesión interna, la masa es fácilmente dominable y manipulable por los afanosos de poder. Ello explica que la primera preocupación de todo tirano —tanto en las dictaduras como en las democracias, ya que en ambos sistemas políticos existen personas deseosas de vencer sin necesidad de convencer— sea privar a las gentes de capacidad creadora en la mayor medida posible. Tal despojo se lleva a cabo mediante las tácticas de persuasión dolosa que moviliza la manipulación.
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(1) Sobre este concepto de «ideología» puede verse mi trabajo «Conocer, sentir, querer. A propósito del tema de las ideologías», en Hacia un estilo de pensar I. Estética. Editora Nacional, Madrid 1967, págs. 39-96.