… la fraternidad!

Mucho me temo que con esta firma vaya a pasar lo mismo que con las fotografías. Uno se encandila ante un hermoso paisaje y ¡tiene que compartirlo! Para ello lo fotografía cuidadosamente en el intento de no perder ni el más nimio detalle … para finalmente descubrir que la imagen de la foto no hace justicia ni apenas revela lo que uno vislumbró en ese fugaz momento. Aún así, vamos allá, sabedores de que las palabras posiblemente se quedarán cortas como en tantas otras ocasiones…

Me gustaría compartir con ustedes sobre el concepto de fraternidad -como sinónimo de hermandad-. A raíz de esta crisis sanitaria creo que quien más y quien menos nos hemos podido sorprender queriendo ayudar a los que sufrían más que nosotros, nos hemos sentido solidarios –y creativos, no hay más que ver los pintorescos proyectos de ayuda que han surgido, todo un arcoiris de bondad y fraternidad-.  Este olvido de uno mismo realmente beneficia a todos, también al que lo impulsa, que se olvida por un momento de sus propios problemas. Ya ve, benditas paradojas de la vida que me invitan a proseguir.

Ahora que nos encontramos sumergidos en videoconferencias y demás posibilidades telemáticas que nos invitan a un cierto aislamiento, no olvidemos que nuestros intentos de actuar individualmente posiblemente acaben en el desencanto y la esterilidad. Servidora sabe de lo que le habla, tozuda que es una. Que en comunidad el efecto será multiplicador, no les quepa la menor duda. Y si esto es así en el nivel humano, que no será en el siguiente nivel, el sobrehumano. No, eso lo dejamos para las película de superhéroes –que por cierto, a unos cuantos conoce esta servidora que pasan desapercibidos en las pantallas, pero le aseguro que lo son[1]-.

En otro nivel más íntimo y espiritual, la fraternidad o hermandad cobra nuevos tintes. Se convierte en algo tan necesario como el aire que respiramos. Nuestra poliédrica Iglesia está llena de comunidades, grupos y movimientos vivos, cada uno con su carisma e identidad. ¿Usted ya pertenece a uno de ellos? Mi más sincera admiración y enhorabuena. ¿Qué todavía camina en solitario? Siga leyendo, por favor.

No hablamos de círculos cerrados o refugios escondidos, sino de lugares para el crecimiento personal -¿crecimiento personal en el grupo? otra de las paradojas de la vida-. Grupos de personas, de familias, fieles a su vocación, aupándose unas a otras para no perder la mirada contemplativa hacia el mundo y hacia los demás. Fraternidades que constituyen verdaderas plataformas para la –buena- acción y estímulo mutuo para el compromiso apostólico.

Imagínese el valor de una persona con criterio, de una familia coherente, sólida y comprometida y ahora imagínese –si puede abarcar su grandeza- que no es una sola sino un grupo de ellas, una comunidad. Nuestra limitada mente es incapaz de abarcar todo el poderío de esa unión.

No se trata únicamente de pertenecer a… ¡hablamos de algo más! De “ser” comunidad, hijos de la misma Madre y con el mismo origen: el soplo del Espíritu Santo. Luz y esplendor de la comunión fraterna.

Creo que el estribillo de una de las canciones de nuestras Hermanas Clarisas refleja bien esta firma “Estamos aquí, hermanadas, vibrando al unísono, hijas de la  misma Iglesia. Estamos aquí, la misma sangre en nuestras venas, es la Iglesia del Señor”.

Atento lector, descubra –si no lo ha hecho ya- la fuerza de una comunidad unida, donde se aprende a comprender y perdonar las debilidades de todos –empezando por las propias- , donde se entiende que nuestro Padre se goza en vernos a todos unidos, a pesar de nuestras miserias.

Cuando estamos  juntos en oración, en hermandad, se crea una muralla fuerte donde no importa nuestra edad, profesión…  sino ese algo que nos aúna a todos por  igual: “Vuestros nombres están grabados en el cielo…”[2]. Sobran las palabras.


[1] Nota de la autora. Superhéroe: persona que intenta vivir contra corriente un 19 de septiembre de 2020

[2] Lucas 10, 17-24