Atento lector, creo que tanto usted como yo tardaremos en olvidar las imágenes de una Zaragoza cubierta de nieve, blanca y refulgente. Otra cosa serán ya los motivos: quizás ese persistente dolor lumbar a causa de alguna infortunada caída, o un retraso en el trabajo por el cierre temporal de los colegios, o ese vehículo que quedó atrapado en el parking ya que la helada rampa de salida nos parecía más amenazadora que en una de nuestras peores pesadillas.
Sea cual sea la razón, lo cierto es que pudimos disfrutar por apenas unos días de paisajes blancos ante los cuales nuestras pupilas –y nuestro espíritu- se dilataban de una manera nueva. Toda una experiencia.

El color blanco transmite sensaciones y vivencias de pureza, nobleza, paz, y a la postre, amor. El blanco me parece un color que evoca las etapas de la vida en la familia. Aquella nueva vida que se arropa amorosamente en suaves ropas y arrullos blancos, como símbolo de esa inocencia y vulnerabilidad que conmueve y extrae la entrega sin medida de unos padres. Esas mismas ropas blancas que en apenas unos meses se nos mostrarán como impracticables e imposibles, dada la vitalidad de esa nueva vida que desborda con sugerentes manchas nuestros deseos de blancura.
¡Y la primera comunión! Días entrañables que se recordarán por siempre, con el acicalado infante de blanco, para así recordar la pureza del Bautismo- . Y blancas sus almas, recién confesadas, apenas intuyendo cómo a partir de ese momento toda su vida ha de honrar esa Comunión.
¿Y qué me dicen del apenas imperceptible temblor de aquella jovencita que recibe un ramo de rosas blancas? Estas marchitarán, pero el símbolo de pureza, lealtad y eternidad que representan no marchitará jamás… Como blanco será su vestido de novia –marcando la diferencia, nunca mejor dicho- como grito triunfal a la pureza de unos cuerpos –y vidas-. Llámeme anticuada, querido lector, lo entenderé.
Y en el momento final –¡inicial!- de nuestras vidas, uno querría ser despedido vestido de blanco –vacío vine al mundo, vacío vuelvo a la Vida- y rodeado de blanco –y de esperanza, alegría y serenidad- ya que la muerte no es el final. Ese blanco que rememora la paz…

Ya ve, atento lector, una experiencia para nuestros sentidos, pero también para nuestras almas. El color blanco tiene un simbolismo espiritual que es bueno recordar. La contemplación del blanco nos traslada al anhelo de inocencia, esa pureza de una vida que no está manchada por el negro pecado. Nos traslada a la Madre, Flor entre las flores, y representada por una blanca azucena como símbolo de Su inocencia. Nos traslada al Espíritu de Vida, representado por una paloma blanca. A la radiante blancura de la resurrección del Salvador… y a los blancos Angeles que “acercan” el cielo a la tierra (¡).
