“Les enseñamos los más diversos conocimientos.  Les proporcionamos los maestros más eminentes. Pero en lo que se refiere a este instinto sagrado que nace en ellos y que gobernará su vida de hombres, mujeres, maridos y esposas, padres y madres, callamos vergonzosamente.  Dejamos que se instruyan entre sí acerca del más grande de los misterios de la vida” (Maxence van der Meersch)

La educación afectivo sexual de nuestros hijos se nos muestra hoy no ya como un derecho, sino como un deber. Ajenos quedan los o falsos pudores o las excusas sobre nuestra escasa formación…estamos preparados, rectifico, somos los mejor preparados. Como padres, nadie mejor que nosotros podemos explicarles el sentido de la sexualidad dentro del marco de la donación personal, total y exclusiva. Nuestros hijos, desde edades más tempranas de lo que imaginamos, tienen diseñado en su interior un falso patrón de comportamiento sexual. Insisto, mucho antes de lo que osaríamos imaginar. ¿De dónde lo obtienen? Miremos alrededor y contestemos…

Así que bienvenidos sean los padres sin vergüenzas, sin complejos, que con  naturalidad, sencillez, y profundidad llaman a las cosas por su nombre. Y lo que es más importante, las dotan de sentido.  ¿El apuro del momento? Relegado en un rincón, ya que no hay nada turbio en estos temas; al contrario, lo turbio estaría en nuestro silencio. Siempre en positivo -qué regalo si nos preguntan- aunque no sepamos donde meter la cabeza…, y sabiendo salir del paso si llega el caso informándonos de lo que no sabemos para luego compartirlo. De forma tan personal e íntima – no podría ser de otro modo – y siempre, siempre,  con la referencia al amor donación.

¡Ah! Y espabilando, que si remoloneamos mucho, nos encontraremos con unos púberes  que no nos escuchan ya precisamente con ojos deliciosamente abiertos, sino que huirán despavoridos al adivinar nuestras honrosas intenciones.

Queridos “sin vergüenzas”, que no falten en nuestras íntimas y apasionantes charlas con cada uno de ellos la necesidad de la elección. Y es que la sexualidad tiene una doble vertiente, y ellos han de escoger ya que en este campo no existe la deseada y políticamente correcta neutralidad. O nos humaniza y dignifica, o nos degrada y sumerge en el mundo de los instintos y pulsiones sexuales. Así de contundente.

Como contundente es charlar con ellos sobre el placer sexual como valor, pero siempre que se encuentre integrado y sometido a otro valor más grande: expresar el amor. Si buscamos solo el placer nos quedamos en la puerta, fuera, en soledad, sintiendo un placer pasajero que nunca llenará el verdadero deseo que guardamos en el corazón, a veces tan escondido, dejando una estela de insatisfacción,  tristeza y vacío existencial.

Paradójicamente, este es el ámbito idóneo para extenderse al espíritu, hacia las grandes razones del verdadero amor. ¿O es que vamos a dejar este momento en manos del colegio, con sus explicaciones técnicas desprovistas de ternura y sentido de trascendencia? ¿O en manos de sus amigos o de las redes sociales, envolviendo de un olor soez todo este milagro? No nos dejemos arrebatar este derecho.

Qué precioso reto: que entiendan. Se juegan mucho. Nos jugamos mucho. Educar su mirada –ascesis de la mirada– mientras educo la mía primero. Así seremos capaces de ver en el otro, no objeto para mi uso y deleite, sino personas con infinita dignidad a las que puedo servir y hacer felices. Con ejemplos, que sientan como su cuerpo y su alma van unidas, que lo sientan… y ya no tendremos miedo de lo que puedan ver a su alrededor, pues serán conocedores de que sus cuerpos son templos sagrados. ¡Que los signos sexuales afectan a lo más íntimo de nuestro ser, que lo que hagamos con el cuerpo del otro afecta a su yo más profundo! Y esto no es así porque lo digan sus padres, sino porque la naturaleza humana – y Su hacedor – nos ha diseñado así, tan perfectos. Que se les abran los ojos – y el entendimiento – al observar las consecuencias de la disociación del cuerpo y del alma…

Cierto es  también que no nos debe faltar la mención al origen de la vida. Cómo la sexualidad está tan íntimamente unidad a la procreación, qué gran milagro. Con fotos y gráficas, que vean el recorrido del espermatozoide hasta fecundar el óvulo, y se admiren con los fuegos artificiales que se producen en este momento.  Se maravillarán. Y si conseguimos el asombro ante esta contemplación, ya será más difícil que jueguen y pisoteen su sexualidad.

Nuestra sinvergonzonería quizás consiga que aprendan a decir en algún que otro momento crucial: no. Pero un “no” gozoso, que no es un producto del miedo a un embarazo no deseado o a una enfermedad de transmisión sexual. Un “no” que es realmente el gran “sí”. ¿A qué? A vivir su sexualidad no como un atributo, sino como un modo de ser que afecta a su núcleo más íntimo, que queda insatisfecha cuando se cierra en sí misma y que es integrante de la capacidad de amor inscrita por la naturaleza – y Su hacedor – en la naturaleza masculina y femenina.