De despiste, miedo y egoísmo

Segundo domingo en que proclamamos el capítulo 25 del evangelio según san Mateo. La semana pasada fueron unas vírgenes, esta son unos siervos, la próxima será el juicio en plena solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, con la que acaba el presente año cristiano. ¿Qué es lo que da unidad a estos tres últimos domingos del ciclo litúrgico? Una venida, una llegada, la de alguien que es esposo, señor, Hijo del Hombre. Una llegada que a unos sorprende preparados y a otros en el más completo despiste. No sería grave el encontrarse despistado, si en ello no fuera la vida eterna en la gloria.

Domingo pasado. Las vírgenes esperan al esposo. Tienen sendas lámparas. Las previsoras con aceite, las despistadas las llevan vacías. El mensaje de la parábola puede quedar un poco difuso. Es bastante abstracto. Nos queda una cosa clara: por falta de luz, puedo perder al amor de mi vida. El amor eterno de mi vida eterna.

Domingo presente. Un señor, unos siervos, una misión. A cada uno de los criados se le encomienda una misión distinta y de ella tendrá que dar cuenta a la vuelta del amo. Una misión que no se cumple con los brazos cruzados. Hay que trabajar, hay que arriesgar. De nada sirve escudarse en el miedo. No te excuses en el miedo a Dios o a los hombres, el miedo no es respeto, no es temor de Dios, es tan solo la estratagema de la que se sirve el maligno para que el Señor te encuentre con las manos y el corazón vacío. El miedoso es el que solo piensa en sí mismo, nada le preocupa: ni el bien de los demás ni la verdad ni la belleza ni la comunión. Es incapaz de hacer nada. ¿Lo entiendo? ¿Todavía me parece abstracto?

Domingo próximo. Jesús, los ángeles, todas las naciones. Todos. Un juicio, una criba: benditos, por un lado; malditos, por otro. Al final de los tiempos, me pedirán cuenta de las obras de misericordia o de la obra realizada por la misericordia en mí. ¿Qué he hecho con hambrientos, sedientos, transeúntes, desposeídos, enfermos, encarcelados? ¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho con mi prójimo y con mi lejano? ¿Mi familia? ¿Mis compañeros de trabajo? ¿Mis vecinos y mis convecinos? ¿Qué he hecho con Cristo en mi vida? ¿Me he conformado con exhibirlo como en una vitrina o lo he compartido con mis compañeros de camino?

El Amor de Cristo en el sagrario es un amor concreto: es pan consagrado, roto con las heridas de la pasión, muerto para dar vida, vivo para dar alegría. Es la hora de dar la cara. Solo de los que creen, esperan, aman con obras, heredarán la tierra.

Vaya tres domingos. Son como un adviento escatológico. Sí. Y no hay que temer. Aunque no sepa el día ni la hora, no hay que temer. Lo único necesario es que Cristo reine en mí, que me fíe como oveja confiada en su pastor: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

María, cordera sin mancha, enséñame a confiar en el pastor divino, quiero habitar en su casa por eternidad de eternidades.